PARTE 14
Continuando con esta historia, es de destacar que durante su vida de bandolero
jamás Mate Cocido mató a nadie. Y si alguno de sus cómplices
tuvo que dispar un arma fue en defensa propia o de su jefe, no por el simple
hecho de matar. Y en el caso de escapársele el operativo programado de
las manos – ante la presencia de un acontecimiento no previsto- daba órdenes
de retirada.
En cuanto al dinero obtenido en sus asaltos, en un buen porcentaje era repartido
entre los más humildes, que lo cobijaban a él y a sus cómplices.
A modo de agradecer la protección que esta gente les brindaba. Esta actitud
de recompensar con generosidad la ayuda recibida, quedo documentada tras declaraciones
en los partes policiales, en más de una oportunidad.
Al margen de la anécdota, el golpe de Machagai resulta ejemplar, en cuanto
que reúne todas las condiciones que Peralta imponía para un trabajo
seguro y limpio, es decir: información confiable, planos del terreno,
sincronización en los horarios, identificación de sus victimas,
tiempo de ejecución no mas de veinte minutos y una retirada impecable
sin dejar rastros ni heridos.
Los informantes, piezas imprescindibles para Peralta, tenían un papel
muy importante a la hora de planificar los asaltos y eran muy bien recompensados
por su tarea a la hora de distribuir las ganancias obtenidas tras el hecho consumado.
Su función especifica era la de realizar un seguimiento previo a las
personas o empresas digitadas por su jefe a fin de obtener datos precisos para
futuras operaciones de la banda. Los cinco o seis hombres que integraban la
banda eran solo los protagonistas visibles, la cabecera o si se quiere las primeras
figuras de una organización inimaginable, conformada por protectores,
protegidos, cómplices, encubridores, confidentes y aún colaboradores
desinteresados, que se desconocían entre sí, como ocurre con las
sociedades secretas y los movimientos conspirativos, logrando de esta manera
Mate Cocido que sus objetivos delictivos se obtengan sin contratiempos.
Luego del resonante robo en Machagain a la Casa Dreyfus se desplegó un
operativo de rastreo por parte de la policía dentro de la provincia del
Chaco a fin de detenerlo como sea, vivo o muerto. Ante tal panorama Mate Cocido
decide tomarse unas vacaciones obligadas. La fuga de la provincia no fue fácil
y lo ayudo su fiel compañera Herminia Álvarez. En un primer momento
pensó en ir a Tucumán pero su hermano le hizo saber que no era
seguro decidiéndose sin demasiadas alternativas refugiarse en Córdoba.
En camino dejo a Herminia en el pueblo de Simoca en donde vivían unos
parientes de ella y en un paraje cercano al pueblo abandono el auto. Dirigiéndose
con la ayuda de un colono amigo, un tal Domínguez y su familia, rumbo
a Santiago del Estero en donde tomo un tren rumbo a Córdoba. Allí
se alojaron junto a la familia que lo acompañaba en la casa de Laudelina
de López una joven mujer viuda que con el tiempo fue sindicada como otra
amante del bandolero.
Sus casuales amistades femeninas, que fueron muchas en la vida del bandolero,
se reducían a buenas compañeras generalmente simples y rústicas
y exentas de veleidades seductoras. Uno de la banda, al ser capturado declaró
abiertamente a la policía: “Difícil que a Bertolatti lo
enreden con una mujer por mucho tiempo”. Salvo Herminia Álvarez
su amante oficial y compañera de andanzas y su mujer Ramona Romano quien
le dio un hijo y a quien protegió manteniéndola alejada de su
vida de delincuente. En una oportunidad uno de sus cómplices se atrevió
a preguntarle a Mate Cocido por su situación con respecto a Herminia
y Ramona, respondiéndole sin titubeos: “Una es mi amante y la otra
es la madre de mi hijo”
Y ha de considerarse que en pleno apogeo de su bandolerismo, Mate Cocido pudo
ser galán de una amante en cada rancho, en cada suburbio. Es decir, estamos
ante lo que se puede llama un hombre en condiciones de no conceder a estas mujeres
otra importancia que la necesaria en ese momento de su vida, producto de su
intensa e intempestiva vida de errante.
El prestigio de Mate Cocido y su banda ya venía ganando altura, al punto
de aparecer imitadores inexpertos. Estos eran grupos de maleantes de menos envergadura
y hasta aventureros solitarios que se lanzaban a los caminos e irrumpían
en los negocios para repetir los atracos de Peralta y hacerse pasar por él.
Por lo general la policía podía distinguir a los impostores porque
casi siempre, al presentarse se apresuraban a gritar “Soy Mate Cocido”,
para explotar la temibilidad que este nombre producía ante su presencia.
Donde fuera que llegase, pedía diarios y revistas para leer. Le causaba
mucho placer leer noticias de sus andanzas. A veces las noticias eran ciertas,
pero en su gran mayoría estaban desvirtuadas de la realidad de los hechos
sucedidos, leyéndolas en voz alta y burlándose de los errores
de información.
La técnica del disfraz
Merece destacarse la notable capacidad de metamorfosis de David Peralta en lo
que se refiere a su aspecto exterior.
Vestido como hombre de ciudad, con su traje a rayas de saco cruzado, sombrero,
camisa blanca y zapatos impecables, se hacia pasar por empresario, o gerente
comercial o un feliz ricachón que disfrutaba de sus vacaciones en compañía
de amigos. También solía aparecer vestido de paisano simulando
ser changarín o peón en busca de trabajo. Siempre en compañía
de alguno de la banda vestido según la ocasión. ¿Quién
podía suponer que el documento de identidad que portaba, era fraguado,
y que además el inofensivo ciudadano escondía bajo sus ropas todo
un arsenal para sostener un tiroteo en caso de ser necesario?. Además,
cabe destacar que contaba con una ventaja que fue primordial en su vida de bandolero,
su fisonomía era una incógnita, debido a que no existían
fotos que la revelaran.
Esta habilidad que adquirió por necesidad y fue perfeccionando en el
tiempo eran firmemente apuntaladas por dos ventajas propias de su persona que
eran: por empezar su imagen de hombre común, bonachón y de mirada
mas bien tímida, acompañada de su capacidad de adaptación
a cualquier medio ya sea social como ambiental. Ciudad, pueblo, monte, gente
culta o agreste, donde fuera que estuviere se adaptaba perfectamente. Pero existió
algo que jamás pudo simular ni manejar que fue su pronunciado acento
tucumano, pese a sus esfuerzos por adoptar la jerga rosarina.
Un atraco para un asalto frustrado
En Abril de 1937, Mate Cocido está de regreso al Chaco, ha dejado transcurrir
un tiempo importante desde el asalto a Casa Dreyfus, y los ánimos de
la policía están calmos. Por esa época se produce una novedad
en la banda: la incorporación de Marcelino Peralta, hermano menor de
Segundo David también inclinado al delito. Incorporación que se
produce tras cumplir una extensa condena en el Penal de Santiago del Estero.
Durante su retiro obligado, Mate Cocido planea en Córdoba, con la ayuda
de sus colaboradores, el asalto a los hermanos Francisco y Luis Carrió,
responsables del Banco de la Nación en Quitilipi. Le habian pasado el
dato que en la caja fuerte de ese escritorio se guardaba reservas de alrededor
de cincuenta mil pesos, una suma mas que tentadora.
Con el plan bien organizado, en la mañana del 5 de agosto se puso en
acción desde Sáenz Peña en compañía de: Malatesta,
Pedro Cardozo y Marcelino. Los dos primeros debían ubicarse sobre el
camino cerca al paraje de La Tambora, y conseguir un vehículo, mientras
que Mate Cocido y su hermano los iban a esperar en la entrada de Quitilipi.
Cuando Luis Spinossi, vendedor de tractores, acompañado de Aldo Kesqui
aparecieron con su Ford, distinguieron sobre la ruta la figura de dos tipos
que empuñaban sendos Winchester y hacían señal de detener
la marcha. Al descender del automóvil, fueron llevados monte adentro
y amaniatados, diciéndoles: “No se asusten muchachos, es que precisamos
el auto por un rato”.
Una hora después el vehículo se encontraba estacionado con Mate
Cocido y Marcelino al volante frente al escritorio de los Carrió. Descendiendo
rápidamente Mate Cocido, Malatesta y Cardozo, dejando el auto en marcha
con Marcelino, con los rostros semicubiertos irrumpieron en el banco, anunciándose
Mate Cocido con su grito característico. Al ingresar un empleado los
intercepto valientemente, quien fue reprimido rápidamente. Al sentir
los gritos, José Carrió decidió salir disparando por el
patio trasero del Banco, accionando la alarma que se encontraba en su escritorio.
Malatesta, al ingresar al despacho lo alcanza a ver y, dispara con el objetivo
de intimarlo pero ya era demasiado tarde y logra huir. Mate Cocido apuntando
con el arma al empleado le exigió las llaves de la caja. El empleado,
aturdido por la situación extrema y la sirena que con su chirrido anunciaba
la llegada de la policía, explicó que Carrió las tenía
con él. Y con la frialdad que lo caracterizo siempre a Mate Cocido, dio
la orden “¡Vámonos!... no quiero muertos, ni detenidos”
Al salir, se subieron organizadamente al automóvil perdiéndose
de vista, tras realizar unos disparos al aire cosa que nadie tuviera la mala
idea de seguirlos, trascurriendo todo lo relatado en no mas de 10 minutos. A
la salida de Quitilipi frente a un monte, el vehículo fue abandonado,
dispersándose todos a pie en distintas direcciones, tal como lo tenían
previsto, en busca de los refugios establecidos dentro del plan.
Esta historia continuará...
Parte
1, parte
2, parte
3, parte
4, parte
5, parte
6, parte
7, parte 8, parte
9, parte 10, parte
11, parte 12,
parte 13, parte
14, parte 15,
parte 16, parte
17, parte 18,
parte 19.
|