PARTE 2
En el segundo capítulo de esta turbulenta y apasionante historia,
continuaré relatándoles la vida del legendario personaje. En el
capítulo anterior me ocupé de hacerles llegar un breve resumen
sobre sus primeros años de vida junto a su familia en Montero, un pueblito
tranquilo de la Provincia de Tucumán. Y las causas iniciales que impulsaron
a este joven y tranquilo “muchacho de pueblo”, a convertirse, con
el tiempo, en un temerario Bandido Rural.
Como podrán comprobar, si han leído las historias relatadas con
anterioridad en esta sección (El Pibe Cabeza y Bairoletto), verán
que estos personajes tienen muchos puntos en común. Todos ellos, siendo
aun muy jóvenes fueron victimas, por decirlo de alguna manera, de injusticias
que los impulsaron definitivamente a la vida errante y delictiva, sin opción
a seguir en el buen camino señalado por su entorno. Dato que a mí
particularmente me llamó poderosamente la atención y lo quise
compartir con ustedes.
De regreso a Córdoba
La injusta y “emperrada” persecución por parte de la policía
local, al regreso de Córdoba en 1921 a su pueblo natal luego de un año
de ausencia, lo obliga cansado y lleno de resentimiento a huir como si fuera
el peor de los delincuentes, aprovechando la oscuridad de una tibia noche de
verano. Llevándose anidado cuidadosamente en su memoria los abrazos y
el amor de su familia.
No le quedaba otra alternativa que regresar a la Provincia de Córdoba
sin rumbo cierto, pero ya definitivamente en busca de su destino. Era evidente
que la policía local tenía ordenes de ahuyentarlo sea como sea
del pueblo, y lo estaba logrando exitosamente.
Ya en Córdoba lo primero que hace es buscar trabajo, por que al que tenía
había renunciado pensando que se radicaría nuevamente al lado
de su familia. Pero se le hacia muy difícil, nadie confiaba en ese joven
solitario, nadie lo conocía.
Su timidez y su expresión melancólica lo hacia aun más
raro ante los ojos de los demás. Su apariencia se desmejoraba a medida
que pasaba el tiempo deambulando por los pueblos. Si le daban una changa era
por lástima, y lo que ganaba le servia para subsistir indignamente, prefiriendo
siempre seguir el camino en busca de un refugio definitivo. Sin saber siquiera
él que es lo que pretendía hacer con su vida, por encontrarse
envuelto en una total desolación, iba sin rumbo fijo en busca de su destino.
Su mirada, ya no era la de aquel querido y protegido hijo, ahora reflejaban
claramente su resentimiento mezclado con el dolor intenso y lacerante provocado
por la soledad a la que había sido condenado injustamente por las ordenes
de un alto oficial de la policía, quien se la tenía jurada, y
por lo que luego se conoció, fue por una mujer.
La prisión
Transcurrido siete meses en Córdoba, cumpliendo su espinoso destierro,
una partida policial detiene a Segundo David Peralta, alias “Alberto Córdoba”.
Seudónimo que él utilizaba para enviar la correspondencia a su
familia con el fin de protegerse de una posible persecución policial.
Pesaba sobre él una denuncia comprobada, según la orden de arresto,
de “hurto”. Los sumariantes de la seccional Segunda de Córdoba
le toman declaración y a pesar de su intento por defenderse queda formalmente
detenido. El caso es elevado a juicio con sentencia del Juez, sin derecho a
réplica, a cumplir una condena de dos años de prisión.
Ya no es ahora el calabozo temporario de las comisarías. Los altos y
macabros portales de la cárcel de Córdoba lo reciben, y se cierran
ruidosamente tras los pasos vacilantes de Segundo David. Con apenas 25 años
de edad ingresa al sepulcro de los vivos, para recibir las primeras lecciones
de corrupción que le darán los presidiarios, muchos de ellos crueles
asesinos, a lo largo de su extensa condena.
¿Quién es Rafaela?
Pocas semanas después de iniciar su largo encierro, Segundo David recibe
una correspondencia muy especial... Es una carta de amor, escrita desde Tucumán
y dictada por el corazón de una mujer joven y aparentemente muy enamorada.
¿Es acaso esta la mujer que provocó el odio del influyente personaje
que lo condena al destierro? Todo pareciera que sí. Lo cierto es que
se trata de alguien que conoce los sentimientos de Segundo David y comparte
con dolor su desdicha. La carta está dirigida, desde luego, al nombre
supuesto de Peralta. Y comienza así:
Alberto amado: ¡Qué desgraciada me siento!. Y todo por mi culpa...
Te encuentras encerrado y verdaderamente sufres; no lo ignoro. Cierro los ojos
y me parece verte en la prisión, impotente ante tu desdicha tan injusta.
Que no daría yo por aliviar tu dolor ¡Valor Alberto!. No cometas
locuras. Piensa en mi... En todo momento soy tuya, nada ni nadie nos podrá
separar. “La que contigo y en tus brazos desearía morir si con
esto culminara tu sufrir”. Y a continuación, la firma: Rafaela
Ruiz.
¿Quién fué en realidad la mujer de nombre Rafaela?. Con
exactitud nunca se supo, hay varias versiones. Si significó algo para
él, tampoco hay información. Pero lo que quedó más
que claro es que le complicó la vida. A tal punto que lo terminó
empujando con la seducción propia de un ser maligno de espíritu,
a un abismo que lo convertiría con el tiempo en un Bandido Rural. Perseguido
por la policía, repudiado por los ricos y protegido por los más
humildes, blancos fáciles de las injusticias.
Bajo Libertad Condicional
El 26 de febrero de 1924, las rejas de la Penitenciaría de Córdoba
se abren para Segundo David Peralta. Ha soportado un año y siete meses
de prisión, acompañado fundamentalmente por el murmullo interno
del resentimiento. Ya nada va a ser igual en su vida, sufrió y vio demasiado
horror dentro de los muros mohosos y fríos de la prisión. La cárcel
ha moldeado en su ánimo la definitiva inclinación a la vida delictiva,
ya que al salir de ella no intenta replegarse a una existencia laboriosa. Ya
estando fuera de la prisión, bajo “libertad condicional”,
lo obligan desde la penitenciaria a fijar un lugar para tenerlo bajo control
mientras termina de cumplir su condena, teniéndose que quedar durante
ese tiempo en Córdoba.
Con los antecedentes que tenía y su aspecto miserable, lo único
que despertaba en la gente era rechazo, obligándolo a un vagabundeo desventurado
y sin rumbo.
Faltaba mucho para que afloren las condiciones netas de un jefe de banda. Su
autoestima estaba demasiado baja y su alma ardía de dolor. Aún
pesaban sobre su espíritu los rencores, los recelos, un gran complejo
de inferioridad y fundamentalmente la escasa confianza en sí mismo.
El regreso a Tucumán y su obligado destierro
Ya totalmente libre, decide ir a visitar a su hermano que vivía en un
pueblito ubicado a pocos kilómetros de Tucumán denominado Las
Cejas. Su gran sueño era ir a visitar a sus padres, pero sabía
perfectamente que si lo hacía era para problemas, así que mejor
decidió elegir un lugar mas seguro. Apenas ubicó la casa de su
hermano corrió a su encuentro y así pudo conocer a su pequeño
sobrino; tranquilo y de mirada serena como buen Peralta. Se presentó
acompañado de un tal: Angel o Pedro Spoda, un amigo de ruta quien también
es muy bien recibido. Con sed de noticias sobre su familia, vuela la tarde entre
emoción, recuerdos y mate, tratando de retener en sus retinas cada imagen
con el fin que lo acompañara en sus momentos de soledad. Esa noche, luego
de cenar, salieron a dar una vuelta por el Pueblo, y son interceptados por la
policía quien los detiene con la excusa “por averiguación
de antecedentes”. Y los condenan, sin demasiadas vueltas, a 30 días
de arresto acusándolos injustamente “por vagancia”. Al cumplir
la condena totalmente injustificada son echados por los policías del
pueblo, siendo depositados en un tren y deportados de la Provincia, con la amenaza
de “no volver a poner los pies por Tucumán”, ya que la pena
sería mucho más grave.
Esta historia continuará...
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