Argentina, Chile y Uruguay están sufriendo los efectos de una sequía atroz. ¿Es responsable el cambio climático de este desastre, o lo es la imprevisión de los funcionarios?
Por: Mauricio Saldivar, Climatólogo.
Muchas veces hemos visto, ante un desastre generalmente preanunciado, que los funcionarios suelen responsabilizar de todos los males al cambio climático, como si con esa declamación se liberan de su falta de previsión o de decisión política.
Como sabemos, los desastres no son naturales, sino que son el resultado de una amenaza (en este caso la sequía) que prospera bajo condiciones de vulnerabilidad (características y circunstancias que hacen que un sistema o comunidad sea susceptible a esa amenaza) y de cuán expuestos estamos a esa amenaza. Estos tres son los elementos que nos permiten gestionar el riesgo.
El riesgo climático refiere a los impactos provocados por factores climáticos derivados de la interacción de las amenazas climáticas con la vulnerabilidad y la exposición a ellas (IPCC 2014)
Si bien muchas veces no podemos actuar para reducir las amenazas, sí podemos reducir la vulnerabilidad y la exposición, lo que aumenta nuestra resiliencia o capacidad de sobreponernos a un desastre.
Para saber si un evento extremo fue causado por el cambio climático, hay que realizar un “estudio de atribución”, un análisis con base científica que tiene como objetivo responder a la pregunta: «¿El cambio climático pudo causar esto?».
Un DESASTRE (así, con mayúsculas)
Los efectos de un tercer año consecutivo de La Niña, un fenómeno natural que altera los patrones climáticos a nivel global, se hacen sentir en la disminución en las precipitaciones de la región. Además de la sequía extrema, Argentina, Uruguay y Chile experimentan períodos anómalos de altas temperaturas, que combinadas deterioran el rinde de los cultivos, el acceso al agua, la salud de las personas y los ecosistemas.
El impacto de la sequía en la economía de Argentina es monstruoso: se espera que las exportaciones agrícolas para 2023 caigan un 28% en comparación con los niveles de 2022, que ya estaban reducidas por la sequía: en 2022, los ingresos por exportación de cereales y oleaginosas de Argentina habían disminuido un 61%. Y eso no es todo, ya que el estado de los cultivos en Argentina es el peor de los últimos 40 años, con los peores resultados en trigo y soja.
En tanto, Chile está atravesando la sequía más larga de la región en un milenio. Esta “megasequía” de 13 años, que se ha ensañado con la zona central chilena, es un indicio de que se agrava la tendencia a la desecación, siendo la insignia de la crisis hídrica de la región.
Por su parte Uruguay declaró la emergencia agrícola en octubre de 2022, ya que tiene el 60% de su territorio afectado por la sequía extrema. Al momento, más de 75.000 personas sufren restricciones en el acceso al agua potable. El acceso al agua para agricultura y ganadería también es limitado.
Estudio de atribución de la sequía en Argentina, Chile y Uruguay
La World Weather Attribution initiative (Iniciativa de Atribución Meteorológica Mundial), es un esfuerzo de colaboración entre científicos del clima de diferentes países e instituciones, donde se elaboran evaluaciones sólidas sobre el papel del cambio climático después de ocurrido un evento extremo.
En esta ocasión, científicos de Argentina, Colombia, Francia, Estados Unidos, los Países Bajos y el Reino Unido han evaluado en qué medida el cambio climático inducido por el ser humano ha alterado la probabilidad y la intensidad de las escasas precipitaciones que causaron esta sequía, en especial de octubre a diciembre de 2022.
El análisis ha sido concluyente: el cambio climático NO es el principal impulsor de la disminución de las precipitaciones que causaron esta sequía. Pero el estudio ha demostrado que el cambio climático ha producido un aumento de las temperaturas en la región, lo que ha empeorado los impactos de la sequía.
El cambio climático tuvo algo de culpa, pero…
Aquí volvemos a la gestión del riesgo de desastres. El gran impacto de la sequía en la agricultura, ganadería y la actividad económica en general pone de manifiesto la necesidad de reducir la vulnerabilidad ante la falta de precipitaciones. Esto sólo se puede lograr mediante una gestión eficiente e inteligente de los recursos hídricos, a la vez que se deben establecer mecanismos de transferencia de riesgo (seguros agrícolas, ganaderos, forestales) para ayudar a los productores a hacer frente a estas situaciones desfavorables al mejorar la resiliencia.
La gestión del riesgo climático se centra en el desarrollo de sectores tales como la agricultura, ganadería, los recursos hídricos, la seguridad alimentaria, la salud, el medio ambiente y los medios de subsistencia, que son muy sensibles al cambio y a la variabilidad del clima. Para ello es necesario que las políticas y los marcos institucionales sean repensados y pasemos de la declamación a la acción.
Es que los escenarios de emisiones previstas nos demuestran que la continua emisión de gases de efecto invernadero está provocando un aumento de la temperatura media de la Tierra, haciendo que el clima del futuro pueda causar graves consecuencias sociales, económicas y políticas, poniendo en riesgo el desarrollo sostenible de la humanidad.
Sólo una adecuada gestión integral del riesgo climático puede hacer que nuestro futuro sea el que queremos.