Garzón: «Con el campo venimos reiterando errores»

La intervención estatal genera consecuencias negativas en el sector agropecuario, sostiene Juan Manuel Garzón, economista del Ieral. La tensión entre precios locales e internacionales es permanente. Cómo juega la ideología en la mirada del Gobierno.

En la calma chicha del verano, en una temporada turística deprimida por la crisis y el temor al Covid, la frase de la diputada Fernanda Vallejos provocó un tsunami. «Tenemos la maldición de exportar alimentos», dijo y todos le saltaron a la yugular. La aseveración estaba vinculada directamente al arrastre que muchas veces los precios internacionales generan sobre los precios internos y a la necesidad de morigerar ese efecto.

La posición frente a la necesidad o no de desacoplar los alimentos exportables del envión de los precios internacionales implica una mirada política, pero los instrumentos son económicos. Juan Manuel Garzón, economista del Ieral de la Fundación Mediterránea, tiene claro que implementar cualquier tipo de intervención en el mercado genera consecuencias negativas a largo plazo, desalienta, reorienta inversiones.

-¿Vive el mercado de los alimentos en Argentina una situación en la cual se sufre el arrastre de los precios internacionales?

-El mercado de alimentos de Argentina está siempre arbitrando contra los precios internacionales. Eso significa que suben los precios internacionales de materias primas agrícolas, como la harina de soja, o los de algunos alimentos que pueden ser carne o leche en polvo o fruta, y nuestros precios internos alguna respuesta van a tener. Dependiendo de si es insumo o producto final, de qué tan importante es el mercado de exportación en cada producto. Dependiendo también de la incidencia de ese producto en su precio final. Sube el trigo en el mercado mundial, entonces el trigo va a subir en el mercado interno. Se está arbitrando permanentemente. Sabemos entonces que algo va a subir la harina de trigo. Después el precio de un fideo a nivel consumidor, uno esperaría que también suba algo pero que se vaya perdiendo el impacto inicial. A medida que vas acercándote al consumidor final, ese impacto inicial del aumento de la materia prima se va diluyendo.

-Ganan peso otros factores, como los impuestos.

-Claro. Por ejemplo, en el fideo influye también el precio del paquete en el que se envasa, la tarifa de electricidad, los impuestos, los salarios. Es todo un conjunto de cosas a evaluar.

-¿La Argentina tiene la necesidad de aplicar alguna política para desengancharse un poco más de esa relación con los precios internacionales?

-Estos temas uno los tiene que pensar en toda su dimensión. Acá lo que estamos preguntándonos en definitiva es si es bueno o no el comercio con el mundo. Esa es la pregunta que tenemos que responder. Una vez que la hayamos respondido, después la otra pregunta se responde casi sola. El comercio ya está muy aceptado a nivel global, incluso en la sociedad argentina. Nosotros queremos, creo yo, una economía integrada al mundo. Hoy sería impensable que pudiésemos funcionar como país o que una familia pensase que se puede abastecer sólo de productos nacionales. El comercio, la integración con el mundo, tiene ventajas por todos lados. Por el lado de la producción porque se puede llegar a un mercado más grande o especializarse como empresa. Y por el lado del consumo porque se pueden comprar productos que no se fabrican en la Argentina o que serían muy caros de fabricarse acá, o porque te gusta tener una canasta de consumo más diversificada. El consumidor generalmente prefiere esto, por eso hay tantas marcas. ¿Cómo puede haber 200 marcas de vinos? Al consumidor le gusta probar. Partiendo de la premisa de que el comercio es bueno, no habría que generar intervención en el comercio exterior. Los beneficios de los posibles desacoples son muy a corto plazo, pero a mediano y largo tienen muchos más costos.

-Se termina por desincentivar la producción.

-Por ejemplo, ¿cómo se desacopla el precio de la carne bovina? Frenando las exportaciones. Si se exportaban 70 mil toneladas de carne res con hueso, no se puede hacer más. Todo ese volumen de producción que antes iba al mundo ahora va a quedar en la Argentina. Claro, los precios bajarán al día siguiente. A mediano o largo plazo los productores de hacienda, los frigoríficos, al ver caer los precios de su producto en los mercados, al ver que su mercado está sujeto a intervenciones y a las discrecionalidades de los funcionarios, a la hora de volver a invertir dirán que no les conviene. El precio es más bajo y el riesgo es más alto. Eso ya pasó, ya lo vimos. Venimos reiterando errores. Nos pasó con la carne bovina, con el trigo y con el maíz. Cuando se desacopla mucho de los precios internacionales, lo que hacés es quitarle incentivos a la inversión.

-¿Qué lectura hace de la medida de prohibir la exportación de maíz, luego revertida? ¿Generó desconfianza a futuro en los planes de negocios?

-Genera mucha desconfianza, hace un ruido importante. Se le incluye al negocio, que ya es de riesgo por sus características propias, con precios volátiles, cambiantes en una u otra dirección, un riesgo adicional. Si además le tienen que sumar un riesgo gobierno, por denominarlo de alguna manera, el combo se hace muy pesado. Eso hace que los capitales que estaban yendo a la producción de maíz o de carne, se vayan hacia otras producciones. Buscarán destinos menos riesgosos. En en el caso de la prohibición de maíz había otros perjuicios, tanto o más graves que frenar la exportación, que era su impacto ambiental. El maíz entra en los sistemas de rotación, hace que se pueda asignar la tierra a distintos cultivos, y eso facilita la recuperación de los suelos y el combate de las malezas. Si se saca el maíz de la ecuación pasará que tendremos soja, soja, soja. El monocultivo de soja, como cualquier monocultivo, desde el punto de vista ambiental es un mal sistema de producción.

-¿Cómo juega la macro para el productor a la hora de diseñar su plan de negocios?

-Mencioné el riesgo clima, el riesgo mercado, el riesgo de intervención, pero además hay que sumarle que la macroeconomía es muy inestable. Está la famosa brecha cambiaria. El sector exportador está exportando a ochenta y pico de pesos por dólar, mientras que quienes quieren tomar dólares lo están haciendo a un precio más alto. Incluso la importación de bienes, que en principio tendría que ir también a ese dólar de ochenta y pico, hoy hay restricciones cada vez mayores. El riesgo que conlleva es exportar a un dólar e importar muchos de los insumos a un dólar más alto. Eso ya pasó y empieza a pasar otra vez. Los importadores cuando ven que el Banco Central se va quedando sin dólares, ven que cada vez les ponen más regulaciones y trabas para acceder a ese dólar más barato, empiezan a fijar sus precios a un dólar más alto. Esa brecha cambiaria que tiene que ver con un desmanejo macroeconómico, porque en el fondo hay un problema de emisión de dinero que se va al dólar, y entonces para frenar esa corrida contra el dólar meten el cepo cambiario, y el cepo es lo que genera la brecha, bueno, ese desorden afecta la microeconomía. Afecta el escenario de precios esperados. Quien está pensando en hacer una inversión importante en algunas de estas producciones para recuperar en 5 años, cuando arma los flujos de inversión y pone en el Excel ingresos y gastos, ¿cómo arma esos flujos con esta macroeconomía? ¿Qué valor de dólar le pone a sus ventas y a sus compras? Es muy difícil planificar así las inversiones. Hay una falta de definición por parte del Gobierno respecto de adonde se quiere ir con la macroeconomía argentina.

-¿Cuál es la lógica del gobierno en materia de política agropecuaria? ¿Cómo cree que miran al campo?

-Ellos lo miran en clave política más que económica. En clave política significa que saben que es un sector que no tiene peso político, no tiene votos ni tiene una dirigencia política fuerte que los represente. Por lo tanto es un sector que se margina de entrada. Además viene de un conflicto de muchos años que tal vez tenga que ver con la ideología. El sector agropecuario por definición busca la integración con el mundo, de eso vive en definitiva, mientras que la ideología del Gobierno es más de vivir con lo nuestro, más de que la industria es mejor que el campo. Y ahí se genera conflicto. Y en materia económica me parece que el Gobierno subestima dos cosas. Primero el aporte económico que hace el campo. Por ahí se mira nada más los empleos directos que genera la soja. La soja genera poco empleo directo, pero cuando uno se pone a sumar todos los efectos indirectos que genera, tanto aguas arriba como aguas abajo, las industrias proveedoras de insumos y maquinarias agrícolas, los otros negocios que permite la soja, como las aceiteras y alimentos balanceados, el impacto es importante. También están los efectos que vienen por el lado del gasto. Ese productor lo más probable es que buena parte de sus ingresos los asigne a compras o inversiones que están vinculadas o a su actividad o a su territorio. Derrama en el pueblo. Eso se hace muy potente y lo notamos mucho en las ciudades del interior o en capitales como Córdoba. Las vinculaciones con el sector agropecuario son inmensas. Buena parte de nuestros estudiantes son del interior y algunos hijos de productores. Cuando al campo le va bien alquilan un departamento cada uno, y cuando el sector es castigado, pasan a compartir un departamento entre cuatro.

-¿Qué otra cosa subestima el Gobierno?

-La capacidad de respuesta del sector frente a escenarios malos o buenos. Si al campo se lo estimula, incentiva y se lo trata bien, el sector responde, se expande, incorpora tecnología. Si se lo castiga con regulaciones, el sector se contrae, se achica, se reduce el uso de la tecnología. Entonces los efectos derrame empiezan a frenar. Para una economía que necesita recuperar su crecimiento lo antes posible, generar empleo y tener más empresas, afectar a uno de estos sectores que dan una rápida respuesta es un error de política económica.

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