En contra de la expectativa de Massa, no habrá una suba de precios que atenúe la baja de volumen exportado. No se tuvo en cuenta la «súper zafra» brasileña.
La crisis que atraviesa el campo tiene, además, un condimento que la hace más deprimente y que supone un golpe al orgullo argentino: el mundo parece no darse por enterado de lo que ocurre aquí, al punto que los precios del mercado internacional no sólo no suben, sino que están registrando una caída.
En el caso de la soja, el principal producto de exportación argentino, la cotización actual en el mercado de Chicago es de u$s 546 por tonelada, que sigue siendo un buen precio, pero no parece acusar recibo de la crisis del país. De hecho, está en un sendero de baja desde el máximo de este año, alcanzado en febrero con u$s 568. Y eso que, en el medio de los dos momentos, se corrigieron a la baja en más de una oportunidad las proyecciones de producción.
Ni qué hablar de lo que es el precio hoy cuando se lo compara con el promedio del año pasado, cuando impulsado por el efecto de la guerra en Ucrania, la soja cotizó a u$s570, acompañado por las marcas históricas del maíz a u$s 273 y el trigo a u$s 226.
Ahora, hubo quienes se ilusionaron -sobre todo en los despachos oficiales- con la posibilidad de que los precios de 2023 fueran altos, como consecuencia de la sequía argentina. Pero parece ocurrir lo contrario.
Es algo inédito, porque el protagonismo de las exportaciones argentinas -sobre todo, las de soja y sus derivados- en el mercado mundial, tradicionalmente ha tenido el efecto de hacer subir los precios cuando el país mermaba su producción. Así, lo que se perdía por volumen exportado, se compensaba parcialmente por una suba del precio.
Basado en esa lógica de oferta y demanda era que el ministro de Economía, Sergio Massa, intentó, durante varios meses, restarle dramatismo a la sequía que afecta la campaña 22/23. Hasta hace pocas semanas, Massa sostenía que el impacto del problema climático sería de apenas u$s2.900 millones y que parte de esa merma sería compensada por subas de precios en el mercado global.
Los pesimistas ganan la partida
Pero la realidad les está dando la razón a los más pesimistas. Ocurre que esa suba de las cotizaciones agrícolas suele ocurrir cuando el recorte de la producción argentina va acompañado por situaciones similares en otros países con peso exportador. Sin ir más lejos, Brasil.
Y en esta ocasión, ocurrió que mientras los campos argentinos sufrían una sequía histórica en suelos ya castigados por insuficiencia hídrica de años anteriores, Brasil recibió lluvias óptimas, al punto que en el país vecino se vuelve a hablar de una «súper zafra».
Una noticia buena para el mundo, que tiene la perspectiva de mantenimiento en la oferta de alimentos, pero mala para Argentina, que sufre la peor combinación posible: cae su volumen de producción y también hay riesgo de que caigan los precios.
«La harina de soja asumió el liderazgo a las bajas en el trascurso de esta semana; los fondos que aún no muestran la realidad actualizada y a ciegas sostienen que los largos recientes deben aligerarse. En medio de una sequía histórica en el principal exportador de harina de soja, Argentina, el mercado ignora y tratamos de buscar razones. Los FOBs mundiales aflojan y en parte lo adjudicamos a que Brasil podría moler casi doble de la cantidad de soja que Argentina este año», plantea un informe de Cecilia Mesquinda, de la firma corredora de futuros RJ O’Brien.
Tanto fue así que, cuando se publicó el último informe del Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA), la primera reacción de los mercados fue el de la baja de los precios, a pesar de que el reporte incluía una nueva corrección a la baja en la producción argentina.
Brasil hace pesar su «súper zafra»
Brasil es el dato clave en este análisis. Salvo por la región sur, fronteriza con Argentina, no sufrió el «efecto Niña» y tiene excelentes perspectivas en términos de volumen. De hecho, se proyectan 151 millones de toneladas, con lo cual no sólo compensará la caída del aporte argentino, sino que la superará con creces.
De hecho, asumiendo un fuerte recorte en la producción argentina, igualmente el aporte combinado de los dos países sudamericanos será este año más alto que el de 2022. Hablando en números, las dos cosechas de soja, sumadas, serán de 178 toneladas, contra 169 del año pasado, según datos recopilados por Marianela de Emilio, experta del INTA.
En el caso del maíz sí se producirá una leve disminución, de cinco millones de toneladas. Pero de todas formas, será la segunda más alta de la historia: el hecho de que se espere una producción de 125 millones de toneladas en Brasil funciona como un factor atenuante del desplome en la cosecha argentina.
El otro dato que incide en el panorama bajista de los precios viene por el lado de la demanda: se está percibiendo una caída en el consumo mundial de soja y maíz. Esa situación, combinada con stocks mundiales que no sufrirán grandes cambios, hacen que se disipen los temores a un desabastecimiento en el mercado internacional.
Queda, sin embargo, planteada la duda sobre qué ocurrirá si se vuelven a calcular a la baja los números de Argentina. Ocurre que el reporte del USDA -es decir, el que toman en cuenta los mercados para fijar los precios- viene con cierto retraso respecto de los que se publican en los organismos argentinos como la Bolsa de Comercio de Rosario o la Bolsa de Cereales de Buenos Aires.
Por caso, mientras el ministerio estadounidense proyecta que Argentina cosechará 33 millones de toneladas de soja y 40 millones de toneladas de maíz, la bolsa rosarina ya habla de una producción menor: 27 millones para la soja y 35 millones para el maíz.
«Dado que el USDA hace sus estimaciones y cierre de informes mucho antes de su publicación, hay condiciones para suponer que las proyecciones locales son mucho más ajustadas que las del organismo internacional», explica De Emilio.
En todo caso, ese desfasaje entre los datos que se manejan en Argentina y en Chicago podría dejar abierta la expectativa de alguna corrección marginal de precios.
El efecto sobre la caja de la AFIP
Lo cierto es que, con ese panorama, ya se está previendo una caída de exportaciones en el orden de u$s14.000 millones en comparación con el año pasado. Y los economistas de la bolsa rosarina estiman que, si se agrega además la merma de actividad económica interna -sobre todo en los sectores de servicios portuario, transporte, logística y finanzas-, el impacto pleno sobre el PBI podría estimarse en u$s19.000 millones.
Y no sólo sufrirá la caja de los dólares sino también la de los pesos. La crisis del campo implica una menor recaudación por concepto de retenciones a la exportación, un rubro que el año pasado explicó el 8,2% del total de la «torta» tributaria.
Una estimación de la Fundación Mediterránea plantea que en el escenario pesimista, habría una caída de 25% respecto de lo que aportó a la caja de AFIP el complejo agroexportador, y una merma de 19% sobre la recaudación total por concepto de retenciones.
Si estas proyecciones se revelaran correctas, y suponiendo que el resto de los impuestos mantengan un comportamiento similar al de 2022, entonces las retenciones achicarían su participación sobre el total recaudado a un modesto 6,6% del total, uno de los menores registros de los últimos años.
Es en ese marco de pesimismo que se han reflotado iniciativas que parecían descartadas, como por ejemplo una eventual tercera edición del «dólar soja». Implicaría una medida de emergencia para ayudar a engrosar las reservas.
Sin embargo, nadie ignora un efecto de «rendimiento decreciente»: se estima que hoy sólo restan en los silobolsas unas cinco millones de toneladas, la cuarta parte de lo que había cuando se aplicó este estímulo por primera vez, en septiembre, cuando se logró el ingreso de u$s8.000 millones.
Retenciones otra vez en debate
Si algo da una pauta de la gravedad de la situación, es el hecho de que desde ámbitos afines al kirchnerismo se esté planteando la conveniencia de bajar las retenciones. Por estos días es objeto de debate el informe del economista -y siempre «ministeriable»- Emmanuel Álvarez Agis, quien propuso que, en un momento de crisis, se debería aliviar la situación tributaria de los productores rurales, aun cuando eso implicara el incumplimiento la meta de 1,9% de déficit fiscal comprometida ante el Fondo Monetario Internacional.
De momento, no parece que pueda ser una propuesta de recibo para el ministro Massa, quien acaba de definir al equilibrio fiscal como nueva «ancla» de la economía y como garantía de que el país no caerá en dificultades para hacer frente a sus obligaciones financieras ante los próximos vencimientos de deuda.
Sin embargo, no está dicha la última palabra. El Gobierno tiene claro es que la crisis de la campaña agrícola no solamente lo afectará desde el punto de vista fiscal sino que también puede significar el quebranto de unidades productivas en las zonas más afectadas, y que se encuentran con compromisos asumidos ante los bancos, proveedores de insumos y propietarios de campos.
Una primera reacción ante esa situación fue la oferta de crédito a tasa subsidiada realizado por el Banco Nación, que dispuso $50.000 millones -unos u$s 250 millones al tipo de cambio oficial-, así como la ampliación de plazos para deudores. No obstante, en el ámbito agropecuario se sigue considerando que el alcance de la ayuda oficial resulta acotado en comparación con la gravedad de la crisis.
«Se necesita que los mecanismos de instrumentación financiera lleguen en montos y plazos suficientes, no solo para afrontar el problema presente, los recortes de cosecha 22/23 por la sequía, sino el futuro cercano, los costos para la siembra 23/24», plantea De Emilio.
Mientras tanto, el Gobierno celebra la llegada de las lluvias y el final oficial del fenómeno «La Niña». Pero los expertos no se engañan: con reservas hídricas agotadas en varias regiones agrícolas -producto de la sucesión de tres años de bajas lluvias- y dado el momento en que se encuentra la campaña, nada impide que las proyecciones de producción puedan, otra vez, recalcularse a la baja.