La agricultura familiar es un modelo productivo de gran importancia para el país ya que representa al 66% de las familias que viven en el campo y a 250 mil establecimientos productivos que involucran a dos millones de personas. POR: Lorena Berro.
Con el propósito de caracterizar esta actividad en la región, la Universidad ejecutó un proyecto de investigación del que participaron también profesionales del INTA. La iniciativa tomó como núcleo de relevamiento las ciudades de Pergamino y Junín y permitió hacer “una radiografía” de los establecimientos y su perfil productivo.
El ingeniero Carlos Senigagliesi, director del proyecto, señaló que se tomó como parámetro para la selección de los establecimientos que las tareas, tanto físicas como administrativas, fueran realizadas por familias. Precisó que se realizaron entrevistas para conformar “la tipología de la agricultura familiar” e indagar en los sistemas de producción que se utilizan, al tiempo que alentar algunas acciones de mejora que potencien su “sustentabilidad”.
“Tanto en Pergamino como en Junín existen varios tipos de agricultores familiares que fueron caracterizados en un proyecto de investigación que llevamos adelante y que profundizamos a través de otras iniciativas de investigación y extensión”, planteó.
Tipos diversos
“Hay un tipo de productores que llamamos ‘de patio’ que son los que producen en la zona periurbana. Son producciones pequeñas que se emplean para autoconsumo. Desde el punto de vista económico, este sistema es poco sustentable porque no cuenta con estrategias definidas para la comercialización de los productos”, describió, refiriéndose a productores que en general se dedican a la horticultura y a la cría de animales de granja. En este grupo hay problemas de productividad, pero también de calidad y comercialización.
Entre los productores pequeños, Carlos Senigagliesi diferenció a los llamados “pequeños productores emprendedores”. “Son aquellos que tienen poca superficie, pero una mirada distinta de la actividad”, caracterizó. “En este grupo hay horticultores, pero que funcionan de manera más organizada. Se dedican a comercializar sus productos abasteciendo a las verdulerías y también los emplean para el autoconsumo. Muchos de ellos son bolivianos, realizan una tarea que demanda mucho esfuerzo físico, pero han logrado progresar. Varios han conseguido comprar la tierra que trabajan y hasta tienen sus propios comercios”, señaló.
“Hay otra tipología definida por aquellos que ven la producción a lo largo de la cadena y se preocupan por generar productos de calidad apuntando al mercado. Es gente que tiene buena formación y que trata de producir con marcas propias, agregando valor”, precisó. Así, comentó que son productores que en general cultivan hortalizas y se dedican a la cría de cerdos. Algunos producen miel y todos tienen la particularidad de observar de forma permanente lo que demanda el mercado para diversificar su producción, son como los describe la investigación “productores dinámicos”.
En vías de desaparición
El investigador de la UNNOBA comentó que existe en la región un grupo de productores que funcionan en “chacras o granjas” que han reducido su tamaño por divisiones de herencias. “Cada charca o granja no supera las 25 o 30 hectáreas y quienes las trabajan son personas mayores, propietarias de la tierra, que hacen una vida austera”.
“Estos productores hacen de todo un poco, comercializan lo que producen, pero la actividad no es rentable más allá de la subsistencia. Los hijos ya no están más en el campo y por esta falta de recambio generacional es un sector que está en vías de desaparición”, prosiguió.
“Hay otra categoría definida por aquellos que trabajan superficies más grandes, son los llamados productores preponderantemente familiares que trabajan 50 o 60 hectáreas en propiedad y arriendan otras superficies familiares”, detalló. Este grupo también está conformado por personas mayores que se dedican a la agricultura, la generación siguiente tampoco se ha quedado en el campo. “Es una tipología que también está en vías de desaparición porque no se ha tecnificado y la maquinaria que emplean ha quedado obsoleta”.
Productores capitalizados
El ingeniero destacó el perfil de los productores preponderantemente familiares capitalizados que son aquellos que trabajan superficies mayores- tienen hasta 100 hectáreas propias y arriendan otras- son más jóvenes, han comprado maquinaria y tienen “proyectos a futuro”.
“Aquí se observa que los hijos están cerca y participan de la actividad y buscan crecer ya sea diversificando la producción agropecuaria como mejorando los sistemas de comercialización”, resaltó.
Un paso más allá
Al evaluar los resultados obtenidos en términos de sustentabilidad, Senigagliesi remarcó: “Los más sustentables son los horticultores. También los productores dinámicos y los capitalizados que tienen potencial de futuro, inventiva y buscan el modo de permanecer y crecer en la actividad”.
En relación a las estrategias que pueden ponerse en marcha para fortalecer la agricultura familiar en la región, puso la mirada en el mejoramiento de los sistemas de producción, en las buenas prácticas y en la búsqueda de herramientas para potenciar el trabajo cooperativo entre los propios productores.
En este punto comentó que la UNNOBA llevó adelante un segundo proyecto de investigación que indagó sobre dos producciones en particular: el sistema de producción hortícola y porcina, ya que ambos tienen mucha incidencia en la región.
Respecto de los productores hortícolas, mencionó que lo que producen representa para Pergamino y Junín entre el 10 y 15 por ciento de lo que se consume en las ciudades. “Esto quiere decir que es una producción que tiene mercado”, marcó.
“El sistema de producción hortícola -continuó Senigagliesi- podría mejorar mucho tanto en la tecnología de producción como en las cuestiones vinculadas a la bromatología. Pero el nudo es la comercialización, que está muy poco organizada. Hoy el productor vende lo que cosecha en un sistema muy informal. El desafío es acercar esa producción de modo directo a los consumidores y para ello es válida la figura del mercado o la feria, que demandaría por parte de los productores un trabajo cooperativo muy beneficioso para ellos”.
Asimismo, advirtió: “Hay un descuido en la aplicación de agroquímicos que requiere de una tarea de control por parte del Estado y contar con instrumentos adecuados para conocer qué tipo de residuos tienen estos productos que se comercializan”.
“En cuanto al sistema de producción porcina, hay una gran posibilidad para esta producción en un contexto en el que el consumo de este tipo de carne va en aumento y se abren mercados internacionales. Sin embargo, a nivel de la agricultura familiar las explotaciones son pequeñas”.
En este punto marcó limitantes vinculadas al capital porque para ser competitivas estas producciones requerirían de inversiones no solo en infraestructura, sino en genética. Así, resaltó la “asociatividad” de los productores como una clave.
“El mercado necesita cantidad y calidad. Un criadero de mil madres invierte en lograr una genética uniforme; para productores pequeños que trabajan en forma individual, esto es más difícil de lograr y por eso es tan importante pensar en formas asociativas y de trabajo cooperativo”.
Transformar la mentalidad
En el plano de los desafíos, el investigador resaltó la importancia de la formación en tanto recurso para transformar la mentalidad del productor. “Cuando uno analiza el perfil de la agricultura familiar de la zona advierte que aquellos que se formaron desde chicos, tomaron cursos y estuvieron vinculados a entidades cooperativas lograron trabajar con un ideal” concluyó resaltando el trabajo interinstitucional logrado en esta experiencia de trabajo que “seguramente deberá fortalecerse para avanzar hacia nuevos desafíos que potencien la agricultura familiar de esta región”. FUENTE: El Universitario.