Según el portal especializado globalproductprices, en el ranking de precios pagados a los tamberos por cada litro de leche en los 82 países productores del mundo que integran su base de datos, Argentina ocupa el penoso último lugar con apenas 0,39 dólares. En el extremo superior, Ghana registra el valor más alto con 3,49 dólares por litro, siendo el precio medio de 1,60 dólares.
Las causas que hicieron caer tan bajo a Argentina son varias, y hay que buscarlas tanto adentro como afuera de la cadena láctea. Entre las externas, “la megacarga impositiva directa e indirecta” que tiene la actividad, es uno de los principales motivos, según la coordinadora de la Comisión de Lechería de Confederaciones Rurales Argentinas (CRA), Andrea Passerini.
Los derechos de exportación del 9% para la leche en polvo y del 4,5% para los quesos que estuvieron vigentes hasta hace tres meses (el exministro de Economía, Sergio Massa, los eliminó transitoriamente hasta el próximo 31 de diciembre) son, en su opinión, “la punta del iceberg”.
De acuerdo al Observatorio de la Cadena Láctea Argentina (OCLA) el total de impuestos en el precio de un lácteo promedio en góndola se ubica entre el 42% y el 45%. “La cadena de valor empieza en el consumidor, ya sea el externo cuando exportás o el local que va a la góndola y se encuentra con el 21% de IVA, y cualquier precio al tambero le va a venir dado a partir del valor que está dispuesto a pagar un consumidor, ya sea de otros países o del mercado interno”, explica la productora.
En Argentina, el poder adquisitivo de los salarios viene cayendo considerablemente y se deteriora día a día frente a una inflación incontenible desde hace largos meses, por lo tanto, los consumidores cada vez pueden comprar menos y más barato.
En el comercio internacional, “cuando vendés al exterior vos exportás impuestos porque los reintegros a la industria tampoco se dan como se tienen que dar, y los derechos de exportación que estuvieron durante todos estos últimos años van a volver a estar en enero”, repasa la dirigente, para dar cuenta de que también allí hay un techo si se pretende ser competitivos en los mercados globales.
Por otro lado, dentro de la cadena láctea también hay distorsiones que han llevado a tener el precio de la leche más bajo del mundo, dada la desigualdad de poder entre el eslabón industrial y el eslabón primario compuesto por los que ordeñan las vacas. Es que el negocio de la producción de leche cruda tiene una vulnerabilidad intrínseca: el producido no se puede acopiar y se debe entregar rápidamente. Por otro lado, por ley, los tamberos no pueden vender leche cruda a otro comprador que no sea la industria y además, no fijan el precio de su producto. El tambero, en ese sentido, es un rehén.
“Los productores estamos obligados a transaccionar la leche, o sea, hacer el traspaso de propiedad de tu leche cruda al que te la compra con lo que técnicamente se llama compraventa oral. La única opción que tenemos hoy en Argentina es entregar de palabra, sin precio cierto, todos los días. Vos empezás a preguntar por el precio cuando ya tenés mínimamente 30 días de leche entregado así que imaginate el poder de negociación que tiene el tambero con el producido de un mes entero ya en manos del que te compra y todavía sin tener precio”, detalla Passerini.
En el país no hay verdadero precio de referencia para la leche, solo existe el Sistema Integrado de Gestión de la Lechería Argentina (SIGLeA) que determina un precio promedio pagado en el mes previo. Así, se produce la fijación unilateral del precio del litro de leche por parte de la industria y al tambero le queda únicamente acatarlo. “Desde CRA siempre insistimos en que la mejor modalidad de transacción – que está en el Código Civil y Comercial- es acordar entre las partes con los Estados nacional y provinciales cumpliendo su rol de árbitro”, señala la tambera.
“En la lechería no tenemos un precio de una pizarra en base a un estándar como en los granos, en teoría deberíamos tenerlo porque hay una resolución que es la N° 229 del 2016 que está vigente pero que no se aplica”, reclama.
“Todo lo termina pagando en gran medida el productor primario porque al haber una fijación unilateral de precio, la industria maneja sus costos y después ve que nos puede pagar por la materia prima; por supuesto que cuando hay -entre comillas- escasez de leche y la exportación es un negocio interesante para los industriales; ahí suele tender a subir un poco más el precio”, dijo la tambera.
A esto se suma, de acuerdo con Passerini, el importante sobrecosto que representan los aportes sindicales que se ven obligados a pagar al gremio de trabajadores lecheros, Atilra.
Hay un dicho popular que releja claramente otra de las distorsiones de la producción lechera: “la vaca come dólares y le ordeñamos pesos”, repiten los tamberos. Refiere a que la leche se la pagan en pesos mientras que ellos deben comprar sus insumos y alimentos cotizados en dólares.
“Cuando te suben los costos por una devaluación o por el dólar soja que eran devaluaciones parciales de un día para el otro, tu precio tarda meses en recuperarse. Esto pasa en Argentina, donde prácticamente no quedan tambos bajo la modalidad cooperativa y solo algunos estamos organizados en pooles, no tenés manera de comercializar ajustado a derecho, estás siempre con la cancha inclinada para el otro lado”, describe Passerini.
Actualmente, los productores están cobrando la leche comercializada durante el mes de noviembre y reciben $150 por litro en promedio. Cabe señalar que el cálculo de globalproductprices que arrojó un valor de 0,39 dólares por litro en ese mes en Argentina se realizó con el anterior valor del dólar oficial, pero esa cifra, ajustada al valor actual de la divisa de $800, lleva el precio del litro de leche a apenas $0,1875.
“La leche no es un líquido blanco, la leche vale y el precio debiera estar vinculado, sobre todo, a sus sólidos componentes: tenor de grasa butirosa y tenor de proteína, con una determinada calidad higiénico-sanitaria, unidades formadoras de colonias (UFC), células somáticas, etcétera”, sostiene la dirigente.
Passerini considera que los gobiernos provinciales deberían trazar una hoja de ruta para que se cumpla la normativa vigente, “eso tiene que ver con plazo de pago, con ir dejando de que la unidad de medida del precio sea el litro de líquido blanco y se empiece de a poco a pagar por sólidos”, indica.
La cuestión de la toma de muestras para la determinación de la composición de la leche entregada es otro tema controversial. “Te la toma la industria y te informa qué tiene tu leche; en la práctica no tenés forma de dirimir conflictos en relación a eso si los hubiere”, destaca Passerini.
“Los gobiernos, tanto el nacional como los provinciales tienen que convocar a las partes, ser facilitadores, ver qué normativas no se están cumpliendo y decirle a la industria: la fijación unilateral de precio y el consecuente poder de mercado o abuso de posición dominante, no va más, para que podamos hacer nuevos acuerdos en relación a cómo comercializamos nuestra leche, no mucho más que eso. Nadie pide que fijen precio. La industria está cómoda, fija el precio a su costo variable absoluto”, opina la productora.
Al respecto, recuerda que actualmente, el Estado, a través de un mal cumplimiento de la resolución 229, publica un promedio de precio (SIGLeA) que se termina tomando como precio de referencia, lo cual termina generando otra distorsión.
“No tenemos reglas de juego comerciales, no tenemos mercado institucionalizado, no podemos dejar que este status quo se siga perpetuando porque ha hecho que la lechería argentina, como siempre dice el ingeniero Eduardo García Maritano, sea una lechería climática: termina haciendo un ajuste por oferta, por una gran sequía o por una gran inundación, haciendo el laburo que no hacemos nosotros, nosotros los integrantes de la cadena y los gobiernos”, dice Passerini.
La sumatoria de factores enumerados en esta nota explican por qué en Argentina los tamberos reciben el precio más bajo por litro de leche entre los 82 países productores relevados por globalproductprices, y también por qué en los últimos años, cientos de pequeños tambos ha ido desapareciendo en el país. Fuente: Clarín