La izquierda «monsanta»

Científicos argentinos patentan un novedoso trigo transgénico y el progresismo ecologista patalea con fantasías conspiranoicas. Cuando las patentes eran extranjeras protestaban menos.

POR: LUZ AGÜERO (Licenciada en Comunicación Social, redactora y guionista) Y LEANDRO OCÓN (Licenciado en Ciencia Política. Magister en Estrategia y Geopolítca).

Hace un par de semanas The Economist publicó un artículo titulado “La catástrofe alimentaria que se avecina” en el que advierte el costo humano que está dejando la guerra entre Rusia y Ucrania fuera del campo de batalla. El sistema alimentario global flaquea tras la pandemia, los embates del cambio climático y la escasez de materias primas causada por el conflicto bélico. La revista londinense advierte que cientos de millones de personas más podrían caer en la pobreza y arenga a buscar una solución global.

En Francia, el mayor productor de granos de la Unión Europea, una ola de calor deteriora los cultivos. China, el mayor productor mundial de trigo, advierte que está ante la peor cosecha de su historia. India, el segundo en el podio, suspendió sus exportaciones. El precio del grano se dispara. Y mientras el mundo se retuerce ante una amenaza de hambruna, Argentina aparece –de manera excepcional– literalmente con el pan bajo el brazo.

Tal como se lee: en un contexto geopolíticamente crítico, Argentina desarrolló y autorizó la venta de una variedad transgénica de trigo (HB4) que, entre otros atributos, resiste las sequías. Esta tecnología, desarrollada por científicos del Conicet en alianza con la empresa biotecnológica Bioceres, y ya autorizada en varios países, es una oportunidad histórica de que la Argentina sea punta de lanza para combatir los efectos de una crisis mundial.

Sin embargo, la noticia generó reacciones adversas en un sector de la izquierda vernácula. El colectivo Trigo Limpio, la Unión de Trabajadorxs de la Tierra, la ex diputada Alicia Castro y reconocidos cocineros a través del hashtag #ConNuestroPanNo fueron algunos de los primeros en alzar la voz para exigir la derogación de la resolución que aprueba la comercialización del trigo HB4. El propio Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS) tituló en su portal de noticias La Izquierda Diario “La mesa va a estar servida con veneno”. También se pronunció el movimiento Voicot por la liberación animal, denunciando una “ciencia adicta a las trasnacionales del agro”.

REGRESO A LA AGRICULTURA MEDIEVAL
Algo que caracteriza el discurso de los detractores de lo transgénico es que jamás presentan argumentos sólidos que expliquen específicamente cuál es el daño causado por la intervención genética de una semilla. Prefieren ahondar en consignas políticas chapuceras. El comunicado del colectivo Trigo Limpio repudia la avaricia, la intolerancia y la concentración de riqueza, aboga por “formas solidarias de producir y consumir”, postula la necesidad de “mayores niveles de equidad y justicia socio-ambiental” y plantea la urgencia de habilitar un diálogo con “los saberes de las comunidades y los pueblos originarios”. Asimismo, insiste en que el problema es causado por “expandir un modelo de agricultura extractivista basado en el objetivo de producir commodities e ingreso de dólares, de la mano de prácticas que han incrementado la concentración de la riqueza, la exclusión de las poblaciones rurales y pueblos originarios, así como el deterioro de la salud humana y del ambiente”. Una consigna que podría utilizarse para prohibir prácticamente cualquier proceso mercantil o productivo en el mundo contemporáneo.

Como alternativa a un modelo de agronegocios presentado como excluyente y despiadado, plantean la producción agroecológica. Y acá, sin ánimos de desconfiar de las bondades de la alimentación orgánica –de poder elegir sin preocuparse por el bolsillo, muchas personas elegirían la dieta de Madonna– es importante poner esta premisa básica sobre la mesa: lo orgánico no es “popular”. En las condiciones actuales, el modelo agroecológico es difícilmente escalable bajo los supuestos de masividad, accesibilidad y precio. Alimentar a millones de personas requiere de un sistema que movilice capital, recursos, técnicas y habilidades. Con todo lo bueno y todo lo malo que eso implica.

Vale la pena aclarar que una cosa es el uso de especies transgénicas y otra es el sistema de control fitosanitario que se utilice para la producción. Ambas dimensiones suelen confundirse entre sí, por eso es importante señalar que el uso de agroquímicos es independiente de las semillas plantadas. Más aún, se puede pensar en un sistema productivo libre de agroquímicos con semillas transgénicas. El uso de HB4 no es incompatible con los objetivos ambientales de reducir las fumigaciones, combatir la sojización o promover otros modelos de agronegocio.

Sembrar cereales y hortalizas a la usanza de nuestros ancestros del neolítico es un proceso más costoso, más riesgoso, menos productivo y que requiere más insumos y más mano de obra que la agricultura convencional. Y es acá donde reside la maravilla de la biotecnología: permite minimizar riesgos, reducir costos y achicar tiempos para garantizar que el pan llegue a la mesa. Un cultivo que no está protegido ante plagas o cualquier contingencia de la naturaleza se constituye en una inversión de extremo riesgo, que atenta contra el productor pero también contra la seguridad alimentaria. La huerta hidropónica flotante en el balcón de Palermo o el cantero de perejiles sembrados por el Proyecto Artigas entre los eucaliptos de los Etchevehere son exóticos pasatiempos, no soluciones a gran escala a la problemática del hambre. Mientras tanto, hay que pasar el invierno.

También es curioso que justo se desate escándalo ante la primera patente transgénica nacional, siendo que existen otros 63 eventos ya autorizados por el Ministerio de Agricultura para su comercialización, 28 de ellos también resistentes al glufosinato de amonio, casi todos propiedad de Monsanto-Bayer y Syngenta. Para estos profetas del apocalipsis parecería que, con la habilitación de tan solo una variedad transgénica nueva, el destino nutricional de nuestro país daría un giro radical. ¿Justo ahora que podemos sacar rédito? Los que abogaban por la defensa de lo nacional y la soberanía alimentaria torpedean más una innovación del Estado argentino que las de Monsanto. Quién lo diría, La Izquierda Diario siendo afín a los intereses de las grandes corporaciones.

TRANSGÉNICOS Y SEGUROS
Los transgénicos cuentan con el apoyo de 159 científicos laureados con el premio Nobel. La propia ONU, a través de su agencia especializada, los reconoce como una herramienta importante para satisfacer las necesidades de la población. El trigo HB4 cumple con estrictos protocolos de seguridad y cuenta con el aval del Conicet, el Senasa y la Comisión Nacional de Biotecnología Agropecuaria, entre otras reputadas entidades. Incluso fue autorizado en Brasil, China y Australia, lo que muestra su confiabilidad y su éxito. Cabe preguntarnos si no es negacionismo científico lanzar diatribas conspiranoicas contra los organismos y naciones que aprueban esta innovación. La comunidad científica, tan citada para llamar a combatir el cambio climático, no les resulta autoridad suficiente para abordar este tema, siendo acaso preferible consultar a un colectivo interdisciplinario independiente y contrahegemónico. Cientificismo a la carta.

Sin ir más lejos, en Sri Lanka se pueden ver las consecuencias de la implementación del modelo productivo que propone el ecologismo cromagnon argentino. El experimento de prohibir la importación de agroquímicos sumergió al país en la pobreza, la escasez de alimentos y una crisis política de difícil salida. La coyuntura mundial se lleva puesta la fantasía naturista hippie.

Muchos de los referentes mencionados que se oponen al HB4 también se posicionan en contra de la exploración hidrocarburífera offshore, de la cría salmonera y de las granjas industriales. ¿Qué modelo productivo proponen? Es llamativo como el mismo campo epistémico que ataca al “neoliberalismo” y critica la división internacional del trabajo y la distribución centro-periferia propone iniciativas que reducirían al país a un enclave de huertas familiares dependiente de las potencias industriales.

El HB4 destierra varios mitos, ya que contribuye a que el trigo sea accesible, contrariamente a la idea de que es un negocio “para unos pocos”. Además, refuta el prejuicio de que el campo argentino no innova ni agrega valor y de que Argentina permanece en constante atraso con respecto al resto del mundo: aun en la lona tenemos un potencial enorme y las políticas públicas deberían acompañar y promover estos talentos en lugar de torpedear la inversión productiva.

Es necesario superar la falsa dicotomía entre alternativas productivas, que perfectamente pueden combinarse aportando dinamismo tecnológico y alternativas para la producción y el consumo. El aporte de HB4 desde una estrategia combinada con sectores estatales y empresas nacionales responde a un elemento clave de las dinámica contemporánea: la soberanía tecnológica en lo que respecta a la seguridad alimentaria.

Las naciones deben atender la agenda ecológica, pero no debería ser monopolizada por fundamentalistas que se abrazan a una utopía de lo que creen “natural”, estableciendo una falsa correlación entre “bueno” y “no intervenido por el hombre”. Y Argentina menos que menos puede darse el lujo de trabar su producción para deleite de los sacralizadores de la agricultura medieval.

Cada uno debería poder elegir producir y consumir lo que desee. Bienvenido el que quiera germinar plantines en frascos, pero desde una perspectiva estratégica y en una coyuntura global de riesgo alimentario la prioridad es la alimentación a gran escala, y sólo es posible abordarla amigándose con la biotecnología. Fuente: Seul.ar

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