Según estimaciones de la consultora AZ Group, la comercialización de soja se ubica hasta ahora por debajo de lo registrado a la misma fecha del año pasado.
Entre las principales causas de los grandes desbarajustes macroeconómicos que tiene constantemente Argentina, los economistas siempre marcan con especial énfasis la “restricción externa”, o sea, que faltan dólares. Nuestro país es netamente agroexportador, por lo que el sector agroindustrial aporta el 70% de las divisas que ingresan a las arcas del Banco Central y permitió que en 2021, junto a los altos precios de los commodities, se alcance una balanza comercial superavitaria de casi USD 15.000 millones. No obstante, la sangría de dólares no cesa, y las cuentas están en rojo.
En la actualidad, la liquidación de exportaciones del sector continúa siendo récord. La Cámara de la Industria Aceitera de la República Argentina (CIARA) y el Centro de Exportadores de Cereales (CEC) reportó que ingresaron USD 4.231 millones durante mayo lo que representó una suba del 33% intermensual. Así, el acumulado al 2 de enero asciende a más de USD 15.329 millones, un monto histórico.
No obstante a estos datos, existe preocupación en el Gobierno porque ven que la comercialización de la campaña de soja 2021/22, que representa el grueso del ingreso de los dólares al país, está retrasada en comparación a un año atrás. Según un informe de la consultora AZ Group este retraso es del 18% respecto del ciclo anterior, al haber comprometido los productores 17,9 millones de toneladas versus 21,8 millones del ciclo anterior, teniendo en cuenta que las últimas estimaciones de producción 2021/22 se ubican en torno de los 43 millones de toneladas.
Para el director ejecutivo de la consultora, Sebastián Salvaro, y la analista de mercados de la misma, Catalina Ferrari, las causas de esta lentitud son varias, pero en general “tienen que ver con precios poco atractivos, mayor nivel de ventas de otros granos y mucha incertidumbre sobre el costo de los insumos de la próxima campaña y sobre la evolución de la macroeconomía nacional en el segundo semestre del año”.
Los especialistas marcaron que, en primer lugar, hay que considerar que los precios que se ofrecen al productor son descendentes desde hace varios días por el flujo constante de mercadería cosechada hacia los acopios. Así, puntualizaron que las cotizaciones domésticas venían ‘lateralizando’ desde fines de febrero hasta principios de junio en un rango del orden de los USD 420 la tonelada, mientras que en el mercado de Chicago habían subido alrededor de US$ 50. Sin embargo, en los últimos días, la plaza bursátil norteamerciana “redujo las cotizaciones por cuestiones financieras macroeconómicas y ese comportamiento sí se trasladó a los valores de nuestro país”.
Por ejemplo, el informe resalta que desde fines de febrero al 9 de junio, el precio de la soja en Chicago fue de USD 604 a USD 650, mientras que en el mercado local, con algunas oscilaciones se mantuvo en USD 420 en el mismo período. “Es decir, en el caso de la soja, la invasión de Rusia a Ucrania no tuvo efecto alcista en los precios pagados por la soja argentina, que se ‘desacoplaron’ espontáneamente de los valores de Chicago, con los compradores actuando con comodidad”, indicaron Salvaro y Ferrari.
Pero también es este retraso influyen los factores denominados “tranqueras afuera”. Es por esto que desde la consultora plantean que “muchos productores con esquemas agrícolas diversificados venden primero el maíz y conservan la soja al considerarla reserva de valor, que se va entregando a lo largo del año para hacer frente a los gastos mensuales. Este proceder sería una defensa contra la incertidumbre sobre el valor de los insumos para la próxima campaña y frente a la volatilidad macroeconómica vigente, que se proyecta también para el segundo semestre del año”.
“En síntesis, la demora en la venta de la soja que se está cosechando no tiene una razón especulativa de los productores, sino que hay factores técnicos que tornan poco aconsejable la comercialización en plena trilla. Por otro lado, el contexto económico y político interno, de gran volatilidad, impulsa a los empresarios a no vender de golpe toda la producción cosechada y cobrar pesos, ante la imposibilidad práctica de conservar el valor de la liquidez obtenida”, concluyeron Salvaro y Ferrari.