Se derrumbó el mito de la importancia del voto agropecuario

Una de las grandes sorpresas detrás de las elecciones legislativas provinciales de este domingo fueron los buenos resultados del peronismo en la Segunda y Cuarta Sección electoral. Lo cual nos confirma el poco peso que hoy tiene el voto del campo.

El resultado de las elecciones legislativas en la provincia de Buenos Aires volvió a poner sobre la mesa una pregunta clásica de la política argentina: ¿qué rol tiene el campo en la definición electoral?

La sorpresa del triunfo peronista en la Cuarta Sección Electoral, corazón rural del noroeste bonaerense, disparó interpretaciones rápidas sobre un supuesto “voto agrario” hacia el oficialismo provincial. Sin embargo, los datos demográficos y productivos muestran un escenario más complejo: los productores agropecuarios ya no constituyen, por sí solos, un bloque electoral capaz de inclinar la balanza, tanto para uno como para otro lado de la grieta política.

De acuerdo con el Censo Nacional Agropecuario 2018, en toda la provincia de Buenos Aires existen 36.694 explotaciones agropecuarias. Esa cifra, que puede dar la impresión de gran peso social, se relativiza cuando se la coloca frente a los más de 17 millones de habitantes del distrito bonaerense. Aun suponiendo que cada explotación corresponda a un productor individual -cuando en realidad muchas están gestionadas por empresas con base en la Ciudad de Buenos Aires-, el volumen de votos potenciales es muy acotado.

En la Cuarta Sección Electoral, integrada por 19 municipios, se concentra alrededor de un quinto de esas explotaciones, unas 6.600. Pero el número sigue siendo menor cuando se lo compara con la población total de los distritos. Aquí, el peronismo logró una victoria histórica, con el 40,2 % de los votos frente al 30,3 % de La Libertad Avanza y el 20 % de Somos Buenos Aires. Fue el primer triunfo legislativo del espacio en dos décadas, pero eso no implica que los productores hayan cambiado masivamente de preferencia política.

En el partido de Junín existen 479 explotaciones agropecuarias y posee aproximadamente unos 84.000 votantes. Como se observa, la cantidad de productores es muy pequeña frente al total de electores del distrito, lo que relativiza la idea de que fueron ellos quienes inclinaron el resultado hacia el peronismo que logró una diferencia de diez puntos frente a La Libertad Avanza.

Algo similar ocurrió en Chacabuco, un municipio con 45.000 habitantes que registra 419 explotaciones agropecuarias. El peso del sector agropecaurio existe, pero solo desde el punto de vista económico, porque su capacidad de definir por sí solo una elección local es reducida. En las últimas elecciones, el oficialismo provincial también se impuso con comodidad.

Lo mismo se observa en Pergamino, parte de la Segunda Sección electoral, símbolo de la zona núcleo agrícola. Allí el último censo agropecuario registra 611 explotaciones agropecuarias, una de las cifras más altas de la provincia. Sin embargo, en los comicios del domingo predominó la oposición, con un voto castigo hacia el gobierno nacional. Pergamino muestra, entonces, que incluso donde el agro es fuerte, no necesariamente acompaña al peronismo. Otro ejemplo de la Segunda Sección es Colón, donde hay solo 247 producciones agropecuarias (el peronismo ganó por 10 puntos de diferencia).

El agro mantiene un lugar central en el imaginario político bonaerense. La narrativa de la “pampa húmeda” como motor económico todavía pesa en discursos y estrategias partidarias. Sin embargo, la aritmética electoral muestra otro panorama: el productor agropecuario como individuo ha perdido incidencia cuantitativa en la definición de las elecciones. El interior bonaerense vota, pero lo hace a partir de un entramado social mucho más amplio que el de las familias rurales.

Lo que predomina en los municipios de todo el norte y noroeste provincial, ya no es la vida alrededor de los campos y las estancias, sino una economía mixta donde conviven servicios, mucho empleo público, el comercio y la industria. En distritos pequeños, la administración municipal suele dar trabajo a más personas que las que dependen directamente de la producción agropecuaria. El resultado es un mapa social diversificado, donde el agro es apenas una parte -importante, pero no dominante- del electorado.

El triunfo peronista en zonas agropecuarias no puede leerse linealmente como un voto con ayuda del campo. Más bien, parece reflejar la capacidad de Fuerza Patria de captar apoyos en sectores no agrarios del interior bonaerense, en un contexto de malestar con la política económica nacional.

La conclusión, entonces, no es que el lectorado rural le dio la espalda a Milei, es que el campo como actor electoral ya no define los resultados, aunque conserva un enorme peso simbólico en el debate público.

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