Un negocio en riesgo: la pelea de los productores contra el dumping y la adulteración

La Argentina es el segundo exportador de miel a nivel global, pero enfrenta varias amenazas que ponen en riesgo a la actividad. Además: qué pasa internamente y por qué los argentinos no la consumen.

Consolidado como el segundo exportador mundial de miel luego de China, el sector apicultor de la Argentina enfrenta hoy una serie de sinsabores, algo así como un movimiento de pinzas que le recorta rentabilidad al negocio. En el flanco interno, el proceso inflacionario y la sequía tienen un efecto devastador, mientras que en el plano internacional la merma del precio y las investigaciones por dumping desde los Estados Unidos sumaron otro condicionante.

La Argentina produce 95.000 toneladas anuales de miel y exporta 70.000. Aproximadamente el 65 por ciento de las ventas tienen como destino final a los Estados Unidos, mientras que el lote restante se comercializa principalmente en la Unión Europea, con Alemania a la cabeza, y Japón, considerado un cliente exigente.

«Venimos en la apicultura con precios a la baja muy marcados durante el último año y medio. Esto complica mucho el negocio. Hemos tenido un pico muy alto durante 2020 y 2021 y hoy bajó esa demanda adicional que hubo durante la pandemia. Luego vino la guerra, la inflación y las tasas de interés en los Estados Unidos y los valores bajaron a niveles promedio en mieles claras. En mieles oscuras, que es otro capítulo, la caída fue más pronunciada», explica Pilar Raffo, gerente de la unidad de Negocios Miel de Newsan, una de las tres compañías que lideran la exportación en la Argentina.

En la actualidad el mercado internacional paga aproximadamente entre US$ 2700 y US$ 3000 la tonelada para la miel clara, mientras que la oscura cotiza a US$ 2300 la tonelada. El producto tiene un precio oscilante en la plaza global, tanto que se ha llegado a pagar hasta US$ 4000 en lo que fueron los recordados picos de la demanda durante la pandemia.

El capítulo del dumping

El segundo inconveniente que afronta la miel argentina es el proceso de dumping iniciado en los Estados Unidos a partir de la denuncia de los productores locales que buscan proteger el precio local ante una competencia fuerte en cantidad y calidad.
«El dumping es un juego raro. Se entra a los Estados Unidos pagando un arancel durante todo un período, que dura un año. Todas las exportaciones pagan ese arancel y luego, cuando termina el período, el Departamento de Comercio investiga las ventas y determina un nuevo margen, que puede ser mayor, en cuyo caso hay que pagar la diferencia. Si es menor, hay un reintegro. Todo esto a los importadores que pagan el impuesto -explica Raffo-. Esto protege el precio de los apicultores americanos».

La investigación dura varios años. Desde lo operativo, el Departamento de Comercio elige a las dos empresas que más exportan a los Estados Unidos. Esas compañías son investigadas y se les asigna un margen a cada una, según sus propios números. Y a todas las demás se les aplica un promedio de ambas empresas. Así fue que Nexco quedó con un arancel del 8 por ciento, el resto con un 17 por ciento, y ACA (Asociación de Cooperativas Argentinas) con un 26 por ciento.

El proceso de investigación también recayó sobre empresas de origen asiático que al ver truncados sus negocios en los Estados Unidos decidieron reorientar sus operaciones hacia Europa, desplazando en parte a las mieles argentinas. Aquí entra en juego otro factor del mercado, que es la adulteración del producto, denuncia que tiene como principal acusado a China, que multiplicó su oferta sin aumentar la cantidad de colmenas.

Según Raffo, gerente de Newsan, «la Argentina, entre otros países, comenzó a liderar una lucha contra las mieles adulteradas. Se puso sobre la mesa el tema que afectaba a los países que trabajábamos bien y que nos veíamos afectados por una sobreoferta de mieles que no son mieles», y que en general son adulteradas y estiradas con jarabe de arroz.

Aproximadamente el 65 por ciento de las ventas tienen como destino final a los Estados Unidos, mientras que el lote restante se comercializa principalmente en la Unión Europea, con Alemania a la cabeza, y Japón.

El año pasado la Unión Europea hizo un muestreo de mieles importadas y empezó a realizar análisis de adulteración con nuevos métodos tecnológicos que aún no son oficiales para la UE, pero que demarcarían el mercado a partir de 2024. Las sospechas recayeron principalmente sobre las mieles con origen en China y Ucrania.

La pregunta es si los apicultores argentinos ya comenzaron a beneficiarse a partir de esta situación. «Todavía no, pero hacia allá vamos -asegura Raffo-. Los importadores europeos están teniendo eso en consideración. Hay mieles que hoy pasan los controles y el día de mañana no lo van a pasar».

El 93 por ciento de la miel se vende a granel, en tambores y medida en toneladas. Sin embargo, algunas empresas argentinas asumieron el desafío de agregar valor y vender el producto fraccionado. Este es el caso de Argenmieles, que exporta alrededor de 4000 toneladas anuales a más de 22 destinos en todo el mundo, lo cual la ha transformado en la principal fraccionadora del país.

«El negocio es más riesgoso, pero es más gratificante -recalca Lucas Andersen, gerente de Argenmieles-. Buscamos mercados que no sean tan tradicionales y adonde podamos llegar con productos novedosos. Además, somos sponsor de varios proyectos orgánicos, algo que tiene mucho futuro en este negocio».

Cuesta arriba

«La miel argentina sale siempre, tiene muy buena calidad y es demandada en los principales mercados del mundo. Hay una oferta muy variada que comprende las mieles claras, las oscuras y las súper claras», cuenta Enzo Garaventa, socio de la empresa Villamora S.A.

Sin embargo, los problemas propios del flanco interno también socavan la rentabilidad del negocio. La sequía, aunque temporal, tuvo un alto impacto en la productividad, tanto que en la zona de Ranchos, provincia de Buenos Aires, la cosecha fue de 5 kilos por colmena, cuando la cantidad en tiempos normales oscila entre 25 y 30 kilos.

«La sequía hizo que no haya cardos, ni tréboles ni tanta alfalfa. La abeja se fue a buscar flores de monte, que son más resistentes, pero que producen entonces una miel oscura de menor precio -recalca Garaventa-. La miel oscura bajó mucho de precio y ahora el productor lo está pasando mal. Es difícil convencer a los clientes del mercado internacional de las cualidades de este tipo de producto, que es igual a las mieles claras».

Y agrega que «el precio dólar no es malo, está a 1,80 la miel clara el kilo. Hace 15 años se vendía a 1 dólar o 0,70. Ocurre que por la sequía pasamos de 100 kilos por colmena a 20 kilos».

Otra de las cuestiones a tener en cuenta es que el tipo de cambio especial diseñado por el Ministerio de Economía para las economías regionales no sólo quedó arrasado por la devaluación sino que, además, llegaba a cuentagotas al bolsillo del productor. «El dólar miel no nos llega porque la cadena es muy larga. Cuando nos pagan, ya se cerró el período que tiene un tiempo determinado de existencia. En el negocio de la miel el proceso comercial se prolonga por 90 días», subraya Roberto Imberti, tesorero de la Sociedad Argentina de Apicultores.

Y a todo esto hay que sumarle el azote del proceso inflacionario que infla los costos de producción. «Antes cambiaba un tambor de miel por 12 bolsas de azúcar y hoy me dan 6. Llenar de gasoil el tanque de la camioneta cuesta $30.000», agrega Imberti.

El aumento del precio del combustible es clave en el negocio de la apicultura, que bien puede dividirse entre aquellos que tienen sus colmenas estables en el campo y los denominados «trashumantes», que van siguiendo a una determinada flor por diversas regiones del país. «El que tiene movimiento logístico hoy lo sufre mucho por los altos costos», coinciden los expertos.

Es difícil desentrañar las razones por las cuales apenas el 5 por ciento de la producción argentina de miel queda en el consumo interno. Se estima que los argentinos comen 500 gramos anuales, pero también es cierto que es casi imposible realizar la trazabilidad del comercio ya que en muchos pueblos los apicultores suelen fraccionar y vender sin registros.

También debe haber una razón cultural, como explica el gerente de Argenmieles, la empresa nacida del Grupo Grúas San Blas, una importante firma importadora de maquinarias que en tiempos de Guillermo Moreno como secretario de Comercio abrió esta unidad de negocios de exportación para compensar su balance de divisas. «América latina es una de las regiones que menos miel consume. Pienso que tiene que ver con alguna pauta cultural, con nuestra dieta. Acá somos más del dulce de leche y la mermelada. A la gente le gusta la miel, pero por ahí prefiere consumir otra cosa», aclara Andersen.

En cuanto al futuro, las sensaciones son encontradas. «Nos preocupa qué es lo que puede llegar a pasar con la cosecha. Venimos de tres años con una sequía terrible. La última temporada fue muy complicada. Estamos esperando al famoso Niño, las lluvias prometidas. Empiezan a encenderse algunas alarmas», opina Raffo, de Newsan.

Y concluye con un atisbo de esperanza: «Vemos que tal vez en la Argentina comiencen a acomodarse ciertas variables macro que afectan al productor. Es un producto que va en un altísimo porcentaje a exportación y obviamente lo afecta el tipo de cambio. El problema del precio en las mieles oscuras va a continuar en un tiempo más, hasta que terminen de evacuarse los inventarios que tienen los compradores. Eventualmente se va a regularizar su precio. En cuanto a mieles claras, el mercado ya se acomodó a ciertos valores deberíamos poder mantenerlos».

Esta nota se publicó originalmente en el número 357 de revista Apertura.

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