Colonia Tacurales es una pequeña localidad santafesina de 500 habitantes, ubicada en el departamento Castellanos, en pleno corazón de la cuenca lechera. Allí vive la familia Aloatti, protagonista de esta historia. Hace tres años decidieron emprender el largo pero prometedor camino de la agroecología. Según cuentan, fue un barajar y dar de nuevo, después de varias charlas y reuniones familiares. Obviamente el cambio no se dio de un día para el otro.
La agroecología es sinónimo de proceso y los Aloatti están cada vez más convencidos de que la cosa es por allí. El desafío que encaran les carga la mochila de experiencias y al mismo tiempo de nuevas ideas y proyectos para seguir creciendo. Juan y Elba, junto a Leonardo –uno de sus hijos e impulsor de la idea del cambio– compartieron con Agroclave detalles de esta reconversión y vuelta a lo de antes, después de darse cuenta de que la naturaleza les estaba pasando algunas facturas.
Tres sistemas, un camino
El establecimiento Santa Margarita ocupa cerca de 400 hectáreas. 130 están abocadas al tambo “Sol Naciente” con 135 vacas en ordeñe y unos 3000 litros de producción. También tienen un criadero de la raza bovina Hereford desde hace varios años a partir de una herencia familiar que aún mantienen El resto de las hectáreas están destinadas para agricultura.
Leonardo se sumó a trabajar en el campo apenas terminó el secundario en el Instituto Agrotécnico Salesiano de Colonia Vignaud (Córdoba). En el año 1999, “se hacía algo de agricultura (soja principalmente) y ganadería”, y en el 2005 deciden empezar con el tambo: “Con lo que había aprendido en el colegio, armé un proyecto y lo presenté al CFI, para obtener algo de financiamiento”.
En el camino, surgieron algunos problemas vinculados a la recuperación de la flora y fauna en el suelo, y ahí empezó a surgir la idea de reconversión.
“Fue una acumulación de factores: degradación del suelo, mayor uso de fertilizantes químicos y fitosanitarios, por ende, mayor inversión, compactación del suelo, exceso de humedad, encharcamiento, aparición de nuevas malezas”, repasa Leonardo. Sobre el tema malezas, hace un paréntesis para aclarar que “la agroecología las describe como plantas que nacen en determinados lugares porque el suelo hace una defensa, se expresa”.
Frente a este cúmulo de situaciones, advirtieron que algo no estaba funcionando y tenía fecha de caducidad. Así fue cómo decidió volver a revisar aquellos primeros apuntes que le habían enseñado en la escuela primaria de Tacurales, “en donde el sol es el centro de la cadena alimentaria y nosotros somos parte del sistema”, cuenta.
Lo primero que hicieron fue sembrar un cultivo de cobertura, con el objetivo de ayudar a prevenir la erosión del suelo, regular la humedad, atraer insectos polinizadores, facilitar el control de plagas y constituirse como fuente de abono verde.
La alimentación de los animales es netamente pastoril, “a campo”, a base de maíz que produce el mismo establecimiento. A diferencia de un sistema de encierre, acá “el animal va al campo, camina, se alimenta y su metabolismo funciona como debe ser”, cuenta Leonardo.
La especie forrajera que consumen los animales es a base de alfalfa. Dentro de lo agroecológico y ambiental, cuenta que están trabajando con algo consociado, es decir, con otras especies que se “asocian” en el cultivo: “Para el tambo todavía me asusta un poco, porque no puede haber margen de error en la alimentación, mucho menos en un sistema de base pastoril como el nuestro”, cuenta el más pequeño de los Aloatti, quien buscó colaboración de un ingeniero asesor, Enrique Venica, de la Granja Agroecológica y Biodinámica “Naturaleza Viva” de Guadalupe Norte, para encarar este y otros desafíos.
“Tratamos de lograr un consociado con variedades que se adaptan a la zona. Es que cuando entra la alfalfa, se comporta como una maleza para todos los demás cultivos. Hoy recién está naciendo el caupi, una leguminosa recuperadora de suelo con un desarrollo foliar muy importante. Con esto se logra recuperar nitrógeno y aportar biomasa, para continuar con la recuperación de suelo”, explica Leonardo.
La opinión de Juan y Elba
“Mi bisabuelo llegó de Italia en 1878, con dos hijos varones y cinco mujeres, y se instalaron en Colonia Raquel, al este de Tacurales, donde empezó a trabajar la tierra”, cuenta Juan. Pidió dinero prestado a un sobrino y compró más de 1.000 hectáreas en Tacurales, en las que sólo sembraba trigo.
El padre de Juan nació en Raquel y llegó a Tacurales a los 13 años, donde se casó y formó su familia. “Allí, todos juntos trabajamos el campo, con mis tíos” recuerda. Hace un par de años, Juan traspasó la firma de la empresa familiar a sus cuatro hijos, Leonardo, Lorena, Leticia y Luciana: “Las L” es la nueva SRL. “Hay que darles lugar a nuestros hijos”, entiende Juan, quien observaba con una sonrisa lo que contaba Leonardo.
Juan compartió detalles sobre la “nueva” forma de trabajar que vienen implementando, a la que describió como “similar” a la que hacía su padre. “Desde el comienzo, el laboreo en Argentina se hacía con reja. Luego, nos dimos cuenta de que siempre se usaba la misma tierra. Empezamos con disco pesado y cincel. Fue una época buenísima. Al tiempo, llegó la siembra directa y se perdió el laboreo de la tierra. Si bien no estaba muy de acuerdo por ese entonces, se decía que era el sistema que funcionaba. Hace tres años vino Leonardo con la propuesta de la agroecología y dije ‘se vuelve a cómo trabajábamos antes’. Estoy encantado de sembrar pasturas que realmente abonen la tierra. A la tierra le queremos sacar todo el jugo pero, ¿qué le damos a cambio?”.
Sobre la pata económica, señala: “Los pequeños productores tenemos que seguir subsistiendo y buscarle la vuelta. Hablando con los vecinos, siempre está la parte económica, y es que las cuentas se pagan con dinero y no con ideología. Hoy, en esta transición, más allá de cuestiones organizativas, estoy tranquilo porque me acuesto y no le debo a nadie. No necesito que me financien a plan cosecha. Estoy al día. Luego se sumará todo lo demás”, dice.
Y agrega: “No todos seremos productores agroecológicos u orgánicos. Ni todos seremos grandes productores con el sistema de hoy. Hay lugar para todos. El sistema y la naturaleza se encargarán de decirnos a dónde tenemos que ir. Estoy convencido de que estoy yendo por el camino correcto”.
Hacia la leche orgánica
El tambo tiene una producción promedio anual por vaca que llega a los 18 litros. Comparativamente a otros tambos de la zona, es menor aunque Leonardo relativiza esta desventaja: “Al manejarnos con otra suplementación, tenemos menores costos en el paquete de agroquímicos y fertilizantes. Los rindes son más bajos pero al hacer números vamos a ir mejor”.
Otro cambio que están haciendo es, precisamente, un cambio de raza, de Holando Argentino a Normando. Se trata de animales más pequeños y más rústicos, con menos producción de litros, y que consumen menos también. “La Holando es la Fórmula 1 genéticamente hablando”, compara Juan en este caso: “Menos partos y más volumen diario de producción. Es una raza que no es comparable con las otras. Una vaca Holando hoy puede llegar a producir 40 litros diarios, con un parto cada 3 ó 4 años. Pero también pide el mejor combustible (suplementación). Y en nuestro caso, tenemos que buscar un animal que se adapte al sistema que tenemos”, explica.
Aunque están en el medio de esta transición, ya hay varios cambios que se observan a simple vista en el campo: “Aparecieron insectos benéficos que antes no se veían, como las vaquitas de San Antonio que, cada una, come 400 pulgones por día”, cuenta Aloatti. También aparecieron escarabajos, que se alimentan de las larvas que dejan las moscas en las bostas de las vacas.
“Este año sólo tuvimos que hacer control en un lote con insecticida biológico. Utilizamos remedios caseros como el sulfocálcico (azufre y cal) que está habilitado como agroecológico, aunque no para certificación de producción orgánica. También usamos jabón potásico y enmienda biológica”, enumera, como formas alternativas para controlar las plagas.
En cuanto a la producción primaria, lograron diversificarla. “No todo es soja y maíz. Hicimos algo de trigo, centeno, lino y mijo también. Todo bajo sistema agroecológico”, cuenta Leonardo.
“Conseguí en Entre Ríos semillas de soja no transgénicas y las sembré. Multipliqué y este año vuelvo a sembrar, sin agroquímicos. Algún producto biológico para el control de isoca y chinche. El año pasado en maíz hice un Flint, un híbrido de Syngenta no transgénico, sin evento. Este año conseguí mijo, de la zona de Almafuerte de un productor que viene multiplicando. Al no trabajar con agroquímicos, tengo que entrar con el escardillo (una herramienta manual que separa las malezas)”, cuenta.
La familia tiene intenciones de instalar un biodigestor, a través de un financiamiento del Banco Nación, “pero el trámite viene muy lento”, lamenta Leonardo.
Por otro lado, como algunas industrias pagan “la leche orgánica” hasta un 80% más respecto a la de referencia, tienen intenciones de poder ingresar en este mercado, aunque por el momento está trabado por motivos de distancias/volumen.
Sin embargo, la familia insiste. De hecho le propusieron a la empresa a la cual le entregan la leche diariamente, la posibilidad de certificar como “producto proveniente de un tambo agroecológico”. La respuesta fue “por ahora no”, y es que hoy, la leche de los diferentes tambos se mezcla en el camión antes de llegar a la industria, ya que lo que importa son los litros.
Los proyectos
Otro proyecto en carpeta es la elaboración de quesos con una marca propia: “La idea es empezar de a poco, para vender en el pueblo o en las localidades vecinas”, cuenta Leonardo. “Dentro de la agroecología, la idea es agregar valor sin tener que agrandar”, sintetiza.
El proyecto que llevará más tiempo es la forestación para lograr sombra para los animales. “Empezar a ver las especies nativas como el chañar, la cina-cina es algo muy interesante. Muchos no la quieren pero es un espectáculo la floración”.
Hay un proyecto, con una de las hijas -hermana de Leonardo, Lorena, para comercializar granos agroecológicos: “Para eso, tendríamos que comprar una peladora de mijo, un molinito”, explica.
Como se puede ver, se trata de varias unidades de negocio que tienen la puerta abierta. “Si encontramos colaboración del otro lado o los mismos empleados nos proponen algún emprendimiento dentro del sistema que se pueda hacer, vamos para adelante” cerró Leonardo. Fuente Agroclave -La Capital-