Urea, la mala de la película

La Urea es un subproducto del gas, la cual está experimentando una suba récord. Como aumenta más rápido que los granos, hace que se achique la renta del productor agropecuario.

El boom de las materias primas -incluyendo un nuevo récord del precio de la soja- está revelando una paradoja argentina: mientras los funcionarios festejan por las perspectivas de un mayor ingreso fiscal -por las retenciones a la exportación agrícola- y de un refuerzo de las reservas del Banco Central -por los dólares que deje esa exportación, en el campo crece el temor a una disminución de la renta.

La clave del tema pasa por el aumento del costo de los insumos para el campo, que no solamente crecen desde la invasión rusa a Ucrania, sino que lo hacen a un ritmo más elevado que la suba en el precio de los cereales. Y aquí es donde entra a jugar el gran villano de estos días en la economía argentina: el precio del gas. Que no solamente está generando dificultades en la provisión energética -como ha quedado en evidencia por la escasez de gasoil- sino que también impacta en los insumos del agro.

Ocurre que la mayoría de los fertilizantes que se usan en el campo argentino se fabrican a partir de la urea, que a su vez se obtiene del gas. Y la mala noticia es que hay perspectivas de que el gas continúe subiendo, hasta completar un incremento de 100% durante el año -superando largamente al petróleo, del cual se espera una suba de 40%- según un informe difundido recientemente por el Observatorio Pyme. Es algo que ya empieza a notarse en la balanza comercial: en abril, la urea resultó el producto con mayor incremento de monto importado, con una explosiva suba interanual de 2.139%. Ya representa el 1% del total de las importaciones.

Para tener una referencia, el gasoil, que es la gran preocupación del Gobierno, tuvo un aumento de 491% en los dólares gastados por importación. Claro que los volúmenes difieren, ya que lo que se gasta por este combustible es siete veces lo que se paga por la urea. Pero, en todo caso, marca la gravedad de la situación a la que se enfrentan los productores agropecuarios, frecuentemente «acusados» de estar enriqueciéndose por una situación global que les deja un incremento de rentas.

Lo cierto es que pocas veces la relación entre insumo y producto había sido tan elevada. Al comparar el precio de la urea -con la que se hacen los fertilizantes- y el de los granos se observa un abrupto encarecimiento relativo. Así, se necesitan tres toneladas de soja, casi cinco toneladas de maíz y más de tres de trigo para comprar una tonelada de urea. Hace apenas un año, estos valores estaban en la mitad.

«Esto pone a los productores a reconsiderar la fertilización de los cultivos, amenazando los potenciales productivos de estos. Es decir, podrían reducirse los rendimientos por menor fertilización y entonces bajar la oferta de granos», advierte Marianela de Emilio, ingeniera agrónoma y docente en la firma Agroeducación.

Precios récord, productores desconfiados
En la vereda de enfrente, la suba de los granos está mostrando mucho más volatilidad que la de los combustibles. Lo cual es malo para Argentina, porque mientras es seguro que habrá un mayor costo por la compra de gas -algunos economistas ya hablan de un sacrificio de divisas por u$s8.000 millones- y por la suba de fertilizantes, no resulta tan seguro que se mantenga el flujo de caja por los cereales.

En los últimos días se produjo una nueva suba de la soja, que escaló 30 dólares hasta superar los u$s655 por tonelada. Pero, de la misma forma, hace apenas dos semanas el mercado se asombraba del «desplome» que llevó abruptamente al grano por debajo de los u$s620.

En ese momento, el disparador de la baja fue la noticia de que finalmente se podrían liberar existencias de cultivos ucranianos, que a través de Turquía podrían ser ingresados al mercado internacional.

Pero ahora, nuevos temores sobre el recorte de producción en Estados Unidos, además de las dudas sobre la situación en los puertos del Mar Negro volvieron a mover las cotizaciones.

En todo caso, los expertos locales mantienen su prédica hacia los productores en el sentido de no confiar en que los precios actuales continuarán en estos niveles, ya que no se puede descartar que ya se haya visto los niveles máximos y que el mundo pueda entrar en un ciclo de corrección de precios.

Es por esto que se recomienda la venta de granos o, al menos, la cobertura con contratos de futuros para asegurar los altos precios actuales. Sin embargo, la actitud de los productores es más reticente que nunca a la hora de desprenderse de su stock, y la venta continúa mostrando un ritmo muy gradual.

Para los analistas, esta situación ocurre, en parte por una cuestión de idiosincrasia del productor argentino, que es conservador y ante momentos de volatilidad sólo se siente seguro con su producto guardado en el silobolsa. Pero, también, por la propia política económica que, entre el cepo cambiario y las retenciones, hace que la ganancia para el productor se vea limitada incluso en un momento de boom global de commodities.

El consultor Salvador Di Stefano señala la contradicción del momento: «Estamos enfrentando una corrida contra el peso en el mismo momento que la soja alcanza su valor récord a escala internacional y le proporcionaría un mayor caudal de dólares al país si es exportada. El problema es que el productor no quiere vender».

Y apoya su argumento con números: ante la suba de la soja en el mercado de Chicago por un monto de u$s30, en Argentina la valuación de la soja sólo subió u$s1, al tipo de cambio oficial. Y, cuando el cálculo se hace al tipo de cambio paralelo, entonces el productor ya no gana, sino que tiene una pérdida de u$s10.

La confianza en una liquidación gradual
De todas formas, los funcionarios del equipo económico no se muestran preocupados. Es más, hasta han dado señales de que esta situación los ayudará a transitar el año financiero de una manera más pareja, sin los tradicionales «picos» de liquidación de la cosecha a los que después siguen meses de escasez de divisas.

Un informe que circula en los despachos oficiales y se filtró a la prensa indica que, pese a las altas cifras de liquidación de los últimos meses -en particular el récord de los u$s4.231 millones de mayo-, lo que impulsó esta entrada de divisas no fue un aumento en los volúmenes exportados sino la suba de precios.

Por consiguiente, la expectativa es que todavía resta una cantidad importante de la cosecha a la espera de ser vendida, y que se verá en las próximas semanas el ingreso adicional de u$s9.000 millones.

Esto llevó al ministro de Economía, Martín Guzmán, a minimizar las señales de preocupación por las dificultades que podría tener el Banco Central en el segundo semestre para alcanzar la cantidad de reservas comprometidas con el Fondo Monetario Internacional.

De momento, en el Gobierno mantienen la esperanza de que el año deje exportaciones por u$s85.000 millones, una mejora de 9% respecto del año pasado. Pese a los vaivenes del mercado global, la expectativa no parece exagerada, ya que aun con una caída de precios agrícolas, se estima que el campo hará un aporte no menor a u$s40.000 millones.

En cambio, las expectativas son diferentes respecto de las importaciones, cuyo ritmo alcista no para, al punto que se estima que mayo habrá dejado un récord de compras, superando la cifra de u$s7.083 de marzo pasado.

Es por eso que, cuando se pone la lupa en el saldo comercial, el escepticismo es la tónica dominante: mientras las ventas corren a una velocidad de 28% interanual, las importaciones lo hacen a un 42%.

Y los analistas contradicen las expectativas oficiales sobre un superávit comercial holgado. La reciente encuesta Focus Economics, en la que participan analistas de los mayores bancos y firmas de consultoría, cree que en el año quedará un superávit de u$s10.700 millones, lo que implica una drástica reducción de 28% respecto del saldo de u$s14.750 que se había conseguido en 2021.

El impacto imprevisto sobre la carne
En medio de los debates sobre las liquidaciones del campo y las dificultades del Banco Central para retener las divisas, queda algo tapado otro problema sobre el que los analistas están empezando a llamar la atención: los cambios de costos en la actividad agropecuaria pueden perjudicar actividades como la ganadería.

Es un problema que también tiene su origen en el precio del gas y en el impacto sobre los fertilizantes.

Como explica Marianela de Emilio, el problema ocurre porque hay granos -el maíz, particularmente- que se utilizan como insumo de la ganadería, y ahora resultan más caros, de manera que terminará provocando un agravamiento en el precio de la carne, justo en un momento en que los salarios sufren la erosión inflacionaria.

«La venta de granos compra menos fertilizantes que antes. Además, la suba de precios de los granos es proporcionalmente mayor que la suba de precios de la carne, es decir que agregar valor es proporcionalmente más costoso y resulta en menores márgenes», argumenta la experta.
En definitiva, los productores tienen menores incentivos en comprar insumos para engordar el ganado, lo cual lleva a un encarecimiento del mercado cárnico.

No por casualidad, todas las consultoras que hacen estudios proyecciones de inflación están hablando de que tanto en las mediciones del IPC de mayo como en junio se constatará que el rubro alimentos sigue a una velocidad crucero de 5% mensual.

Y, mientras tanto, el verdadero costo de la falta de gas recién empieza a hacer notar su incidencia sobre el índice de inflación.

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