Raquel Chan habló de agroquímicos, el trigo HB4 y la agricultura orgánica

Raquel Chan, especialista en biotecnología vegetal: «Nadie va a defender a los agroquímicos, pero hoy ningún agricultor extensivo va a sembrar sin usarlos».

Raquel Chan es bioquímica, está especializada en biotecnología vegetal y, después de trabajar durante un tiempo en el exterior, volvió a la Argentina a hacer ciencia en 1992. Dos años antes, Domingo Cavallo, entonces ministro de Economía de Carlos Menem, había sugerido a la comunidad científica «que se vaya a lavar los platos». «Fue una decisión personal la vuelta, pero fue muy difícil por el contexto. No había plata, cargos, pero uno se acostumbra a pelearla. Ahora con respecto a ese año estamos increíblemente mejor: hay subsidios, becas, ingresos a la carrera de investigador. Pero faltan años luz todavía. Hubo un gran progreso pero no sé si el que tendría que haber habido en tres décadas, y la Argentina sigue siendo un país donde el desarrollo de la ciencia todavía es chiquito respecto de países como Estados Unidos, por ejemplo. Aquí nuestra inversión es del 0,3% o 0,4% del PBI, y en otros países llega al 5%», evalúa.

Nombrada este año integrante de la Academia Nacional de Ciencias y reconocida por la BBC como una de las diez científicas latinoamericanas más destacadas, Chan dirige el Instituto de Agrobiotecnología del Litoral, que depende del Conicet y de la Universidad Nacional del Litoral, en la que también es docente. Es en ese instituto en el que llevó adelante el desarrollo de HB4, una tecnología transgénica que se investigó allí y llevó adelante la empresa Bioceres para lograr que el trigo y la soja obtengan mayor resistencia ante un escenario de sequía. Ahora mismo, cuenta Chan, el equipo que encabeza trabaja en distintos proyectos.

«Por un lado, ya han obtenido buenos resultados los ensayos que hicimos con la tecnología que estamos trabajando para combatir el exceso hídrico en cultivos de maíz. A la vez, estamos trabajando mucho en el proyecto ‘Argentina contra el hambre’, que se propone el aumento de la producción en economías familiares», sostiene, y describe la iniciativa: «Hemos descubierto, a través de ciencia muy básica, que poniéndole un peso determinado a las plantas en un período determinado de su desarrollo y por dos días logramos aumentar muchísimo la producción de esa planta. Es una carga sobre el tallo, un recursos que no sirve para agricultura extensiva porque es una tecnología muy manual. Hay que poner y sacar ese peso a mano, que hace la planta pelee contra el peso, lo que ensancha el tallo y aumenta el número de tubos por los cuales la planta transporta agua y nutrientes. Eso genera más producción al final del ciclo en plantas de tallo único como el tomate, la chía, la quinoa, el girasol. Es un proyecto muy lindo pensando en la economía familiar y lo tenemos teóricamente financiado. En algún momento llegará el dinero».

¿Por qué le tenemos tanto miedo a lo «transgénico»?

Nuestra experiencia es que la mayoría de la gente no sabe de qué se trata. Hemos hecho encuestas preguntando a gente común en los parques, y encontramos respuestas como «tiene que ver con el cambio de género» o «es una marca de dentífrico». Lo dice muy claramente Mayra Arena hablando de otra cosa: hay peleas que se dan en ámbitos que no tocan a la mayoría de la sociedad. La mayoría de la sociedad ni sabe ni le preocupa qué es transgénico porque sus problemas son otros, como no llegar a fin de mes o qué comer esa noche. En una parte minoritaria de la sociedad sí se da este debate y hay grupos ambientalistas que están en contra. Meten todos los transgénicos en la misma bolsa y suelen decir que aumentan el uso de agroquímicos. Nuestro desarrollo para tolerancia a la sequía, HB4, no es cierto que aumente el uso porque el trigo «normal» ya usa agroquímicos. Toda la agricultura extensiva usa agroquímicos porque cuando no usaba, hace 5 siglos, se servía del trabajo esclavo. La maleza se sacaba a mano a las 5 de la mañana. Muchos de los gritos en contra de los transgénicos implican la vuelta a eso, y los que gritan no son los que van a tener que volver a ese trabajo.

La agricultura orgánica está perfecta, puede coexistir con la extensiva. Pero la orgánica la hacés en tu patio de 20 metros cuadrados y sacás la maleza agachada, una por una, a la mañana. Si tenés un campo de 500 hectáreas no podés sacar eso a mano a menos que tengas esclavos. Nadie va a defender a los agroquímicos pero hoy en día ningún agricultor extensivo va a sembrar sin usarlos porque va a generar un rendimiento muchísimo más bajo. Lo que hay que buscar son alternativas menos tóxicas. La ciencia está en eso, pero no somos magos.

En el caso del cambio climático, los científicos vienen pidiendo medidas políticas, pero nos supera. Somos técnicos. Yo puedo decir “la solución es tal”, pero el que toma la decisión política es otro, no yo.

¿Cómo se desarrollan estos «mejoradores» genéticos como el que encabezó para trigo y soja?

Son trabajos que llevan muchísimos estudios a nivel mundial. La agricultura desde hace siglos busca mejoramientos. Si tengo 20 plantas de maíz y las siembro todas juntas, alguna se va a portar mejor que otras ante el déficit hídrico. Entonces, desde hace mucho tiempo, el agricultor se queda con esa, la cruza con la que, por ejemplo, aguantó mejor los insectos, y esa cruza da «hijos». El agricultor elige a los mejores hijos y los vuelve a cruzar, aunque no tenga la menor idea de qué está pasando biológicamente en el interior de una planta. Desde el lado de la ciencia, avanzó el conocimiento sobre el ADN y sabemos que hay genes que responden mejor al estrés hídrico. Se toma un gen, se lo estudia en plantas modelo y se lo pone en una planta. Se ve si se comporta mejor ante ese estrés, siempre comparando con una planta sin el gen. En el caso del desarrollo para trigo y para soja ante sequía, efectivamente demostró buenos resultados.

¿Cuál es el impacto económico del uso de esta tecnología?

El estrés abiótico no es cuantificable como otro tipo de cosas. Puede ser extremo, moderado, que no llueva durante algunos días seguidos y después sí. No se puede llevar a un número concreto, lo que dificulta un cálculo concreto del mejoramiento del rendimiento, pero en promedio, es de un 20%. En la pampa húmeda, donde crece trigo y soja, en un año en el que se produce el fenómeno de La Niña tenés un 25% más de rendimiento con trigo HB4 que con el común, en promedio.

La tecnología aún no fue aprobada en China y Brasil, movimientos que deben ocurrir para que se use también acá: ¿por qué no la autorizan?

El trámite para soja está en China y el de trigo, en Brasil. Se están moviendo pero no salen. En el caso de soja esperamos desde 2015, y en el de trigo, desde el año pasado, porque la aprobación final en Argentina fue en octubre de 2020. Cualquier cultivo genéticamente modificado con ingeniería genética requiere de aprobación en todos los países involucrados.

Argentina tiene un sistema de regulación dividido en tres oficinas, todas dependen del Ministerio de Agricultura. CONABIA audita que no haya daño al medio ambiente. Se compara que no haya variaciones respecto del impacto ambiental que desencadena el cultivo sin transgénicos. Eso pasó hace un montón para los dos cultivos. Después está el SENASA, que determina la sanidad para la alimentación humana o animal. Se alimenta a ratas con eso y se demuestra, siempre comparando con el trigo o la soja comunes, que no los animales crecen de igual manera. Eso también se aprobó hace un montón. La tercera oficina es la Oficina de Mercado, que determina que no haya daño económico para el país. Esa aprueba en forma condicional, y termina de aprobar si Brasil aprueba o si China aprueba. Esto es porque nosotros exportamos toda la soja que producimos a China, y si China no aprueba fundís al país.

Brasil es un país «friendly» con los transgénicos. En cuanto a China, quieren que se hagan todos los ensayos allí, algo que Bioceres ya hizo. Están los papeles pero no los sacan. Supongo que por algún motivo económico no les conviene o están viendo cómo copiarlo.

Ustedes trabajaron en mejorar la resistencia ante una sequía y ahora investigan escenarios de exceso hídrico. ¿La ciencia puede ganar la carrera contra el cambio climático?

Respecto del cambio climático las condiciones lamentablemente empeoran. La ciencia trabaja todo lo que puede con los recursos que puede. Si el cambio climático va más rápido o más lento que la ciencia, eso no lo sé. La pandemia demostró que la ciencia fue más rápida que la industria en cuanto a las vacunas: el desarrollo fue mucho más rápido que el escalado productivo que debían hacer las farmacéuticas.

En el caso del cambio climático, los científicos vienen pidiendo medidas políticas, pero nos supera. Somos un sector de la sociedad chico, poco escuchado, y no hay políticas que acompañen. Somos técnicos. Yo puedo decir “la solución es tal”, pero el que toma la decisión política es otro, no yo. FUENTE: ElDiarioAr – Julieta Roffo

Te puede interesar:

Menú