Ante comentarios de la nueva ministra, un repaso del impacto de los derechos de exportación, que no resolvieron la crisis fiscal ni comercial, la agravaron.
Autor: Héctor Huergo editor de Clarín Rural – 07/07/2022
Voy a dirigirle una carta abierta a la flamante ministra de Economía, Silvina Batakis. Es que leí algunas cosas de su biografía, incluyendo comentarios en youtube y, con toda modestia, creo que podemos ayudarla a entender mejor al campo y la agroindustria.
Batakis, como la mayor parte de los economistas, incluyendo a los de tintes ideológicos opuestos, cree en la teoría del “desacople”. La cosa viene de lejos. Hace cincuenta años, cuando el entonces secretario de Agricultura del gobierno de Perón, Horacio Giberti, lanzó el Plan Trienal de Desarrollo Agropecuario, se hablaba de la problemática del “bien salario”. Los productos del campo tenían un fuerte peso en el gasto de alimentación, y por lo tanto tenían efecto en la puja salarial.
Los intentos de industrialización tropezaban con este dilema: si los alimentos son caros, los salarios también deberán acompañar. Y como eso quitaba competitividad a la industria mano de obra intensiva del momento (metalúrgica, textil, automotriz, etc) la cuestión era abaratar la comida. De allí a las retenciones había un pequeño paso.
Ya antes, el “neoliberal” Adalbert Krieger Vasena, ministro de Hacienda del gobierno militar que derrocó a Illia en 1966, había impuesto derechos de exportación y existía la veda de carnes (un invento de Perón en 1950) con el objetivo de frenar la demanda interna y poder exportar. Era un “desacople”.
Pero el elixir del desacople llegó en la era de Guillermo Moreno, cuando era secretario de Comercio del gobierno K. “No quiero que se me meta la soja en el sachet de leche”, me dijo un día. Le respondí que era inevitable, porque la leche se hace con maíz, y el maíz se hace si tiene un precio compatible con el de la soja. La historia es conocida: llegaron las retenciones móviles, promovidas por Martín Lousteau durante su breve incursión como ministro de Economía del flamante gobierno de CFK, a principios del 2008.
Lousteau diría después que las retenciones móviles eran el mal menor, frente al embate de Moreno, que directamente quería retenciones del 50%. Quedaron fijas en el 35%. Batalla naval del siglo XXI: cargas tres barcos, uno hundido.
Y siempre en nombre de la mesa de los argentinos. Desde cuando en el 2002 volvieron las retenciones, venimos diciendo que sólo sirven para recaudar, y que no tienen impacto alguno en el precio de los alimentos. Ahora la fundación FADA le pone números: el trigo no incide en más del 10% en el precio del pan. Acabo de comprar un croissant en una Shell. Pagué 260 pesos y pesa 100 gramos. El kilo de trigo vale 50 pesos. Es decir, tiene 5 pesos de trigo. Hacelo harina, agregale manteca, amasar y hornear, y vale 50 veces más. Si le ponés una retención del 20% al trigo, el costo de la materia prima bajaría un peso. ¿Vos creés que el croissant bajaría un peso en la venta al consumidor?
El otro argumento que le escuché a Batakis es más serio, pero también cuestionable. La ministra sostiene que las retenciones son un mecanismo para redistribuir el ingreso. Aquí entramos en un debate complejo, y digamos todo, apasionante.
En rigor, son precisamente ello. Podríamos llamarlo “teoría Robin Hood”: sacarle a los ricos y darle a los pobres. Pero “es más complejo”. Los del campo no son ricos porque detentan un recurso natural, sino porque pertenecen a un sector y a una generación que supo generar competitividad. Si un sector exporta y otros no pueden, la culpa no es del que exporta.
Capturar la mayor proporción de la renta a través de derechos de exportación tiene consecuencias. Están a la vista: la soja es el producto que más derechos de exportación ha sufrido en lo que va del siglo. Unos 100 mil millones de dólares de transferencia a la Nación. Recordemos que no son coparticipables, así que las provincias no reciben nada a cambio. Ni los productores, ni los camioneros, cuyo precio también está vinculado al de la mercadería que transportan.
Bueno, la soja está en decadencia. Hace quince años producíamos 50 millones de toneladas. Este año apenas pasamos las cuarenta. Mientras tanto la capacidad de procesamiento siguió creciendo: podríamos moler 70 millones de toneladas. Los países vecinos, (Brasil y Paraguay) y Estados Unidos, competidores en este negocio, se siguen expandiendo con altas tasas. La estamos viendo pasar. Somos número uno del mundo en harina y aceite de soja. Pronto no lo seremos más. Las retenciones tienen consecuencias.
Es cierto que el Estado padece dos crisis, la fiscal y la externa, que son las dos caras de la misma moneda. Con veinte años de retenciones, no solo no se resolvieron sino que se agravaron, con el manto ominoso del crecimiento de la pobreza en particular en los conurbanos. El interior prospera, con cuentagotas, pero con lo que le queda sigue (hu)yendo hacia adelante.
Silvina, pruebe otra cosa. En mi barrio, cuando uno se queda sin aceite y tiene invitados, le pide al vecino y después se lo devuelve. Se puede hacer algo mejor que operar sin anestesia.