Juan Carlos Corona comenzó a implantar la oleaginosa en Pergamino, cuando tenía 17 años de edad. “Soy sojero de alma”, afirmó el agricultor que vio la evolución del cultivo de origen chino desde que era una curiosidad botánica en nuestro país. El contexto histórico y los datos de producción nacional.
Gracias a las lluvias caídas en las últimas semanas, el agricultor Juan Carlos Corona está finalizando su quincuagésima siembra de soja en forma consecutiva. Cumplió 50 años seguidos sembrando la oleaginosa.
“Soy sojero de alma”, aseguró el productor pergaminense de 67 años, que desde muy chico soñó con subirse al tractor para producir esa especie, entonces exótica, que cultivaba un vecino.
Ya en 1971, cuando muy pocos sabían de qué se trataba, su padre y su tío empezaron a sembrarla en un establecimiento de la localidad de Manuel Ocampo, a 18 kilómetros de Pergamino, pero él tenía prohibido acercarse al lote.
“Cierro los ojos y lo escucho a mi viejo pidiéndome que no me suba al tractor. Él no quería que empecemos tan chicos, porque decía que nos íbamos a aburrir rápido”, afirmó el productor.
Pero Corona no le hizo caso, insistió y en 1972, a sus 17 años, hizo su primera siembra de la oleaginosa. Por entonces, el cultivo distaba mucho de cómo se hace hoy. “Arábamos, disqueábamos, era muy diferente”, recordó.
Crecimiento vertiginoso: de casi nada a 20 millones de hectáreas
Después de una década errática, todavía en etapa de ensayo y error en cada lote, los rindes empezaron a ser crecientes a nivel nacional. Porque hace apenas 50 años, la soja era una curiosidad botánica en nuestras pampas.
Cultivada en China desde hace 5.000 años, la glycine max (nombre científico) llegó al Río de la Plata hace más de 100 años, pero desde el registro más antiguo, en 1909 en la Mesopotamia, atravesó décadas con muchas penas y poca gloria.
Evolución de las hectáreas sembradas con soja en la Argentina en los últimos 50 años.
En los últimos 40 años la producción de soja se multiplicó 14 veces en la Argentina. En la campaña 2014-2015 llegó al récord de 61 millones de toneladas y desde entonces oscila en torno a las 50 millones de toneladas.
Entre los diversos momentos de protagonismo, en la primera década de los años 2000, en pleno boom de las materias primas, este cultivo fue central en la recuperación socioeconómica argentina tras la grave crisis de 2001-2002. Luego fue el eje del conflicto por las retenciones móviles en 2008 y por estos días es la fuente privilegiada para conseguir los dólares que necesita toda la economía para seguir funcionando.
El desarrollo del cultivo se consolidó justamente en la campaña 1971-1972, cuando saltó de 30.000 a 80.000 hectáreas. Para tener una idea del contexto, el ingeniero agrónomo Juan Bautista Ragigo recuerda que un día de 1971, el profesor de botánica Juan José Valla llevó una planta a un aula de la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires (FAUBA). La meneaba y dijo con entusiasmo: “De esto vamos a obtener harina, aceite para la cocina”. Los alumnos miraban sorprendidos. En 1978, la soja superó por primera vez el millón de hectáreas.
Labores de contratista rural, en familia
Para Corona, la siembra de soja en 1971 fue el comienzo de una pasión. Pocos años después se asoció con su hermano y empezaron a hacer sus propias siembras y a prestar servicios como contratistas.
Tuvieron algo de campo propio pero luego lo vendieron y casi siempre trabajaron sobre tierra alquilada. En los años ‘90, llegaron a sembrar 3700 hectáreas de soja además de algo de arveja, maíz y trigo. Pero la oleaginosa es el cultivo al que siempre apostó.
Tras la muerte de su hermano, Corona siguió por su cuenta. “A los 60 empecé a aflojar, a sembrar menos”, aclaró, pero detalló que en estos días terminará de implantar alrededor de 600 hectáreas de soja, y algo de maíz.
Este año sembró 120 hectáreas de trigo y cree que va a cosechar apenas 10 ó 15 quintales por hectárea. “Desde 1912, no había tan poca lluvia en esta zona, es un desastre”, lamentó.
En este medio siglo, Corona vio desde el lote la enorme transformación productiva encabezada por la soja, que tuvo como punto de inflexión la llegada de la siembra directa.
La siembra directa, tal como se denomina a la implantación de un cultivo sobre los rastrojos del anterior, sin arar la tierra, ha sido el puntapié inicial de un sistema conservacionista del ambiente, tanto en el suelo como en el aire, con menor consumo de combustible.
“Las primeras veces que hacíamos siembra directa, comparabas con un lote sin directa, trabajado, y el lote sin directa era mucho más lindo comparado con el otro, el de directa era feo pero al final rendía más”, dijo.
Irrupción de la tecnología y mayores rindes
Después, la biotecnología terminó de cambiar todo. “La RR fue fantástica, con 2 litros de glifosato quedaba el lote como un jardín”.
Junto con el manejo y la tecnología evolucionaron los rendimientos. Los primeros años, la soja daba entre 15 y 20 quintales por hectárea. En los ‘80, el promedio empezó a rondar entre los 25 y 28, y en los noventa llegó a entre 32 y 34. Mientras que en la última década se empezaron a acostumbrar a alcanzar los 40 quintales por hectárea, dependiendo de las lluvias. El máximo rinde que recuerda son 51 quintales en un lote de Capitán Sarmiento.
Pero no todo fue tan simple como sembrar y cosechar cada vez más. Con el tiempo, el sistema empezó a mostrar sus fallas y surgieron nuevos desafíos de distinta índole.
“Cuando empezaron a venir las malezas resistentes empezamos a gastar más y hubo escapes que igual no podíamos controlar, sobre todo de rama negra, o ahora de yuyo colorado. Además, pusieron las retenciones”, comentó.
Según Corona, los derechos de exportación (DEX) afectan la rentabilidad del cultivo de tal forma que hacen inviables algunas prácticas fundamentales para la sustentabilidad del sistema, como la rotación de cultivos y la reposición de los nutrientes.
“Desde que tenemos estas retenciones y costos altos, no podés hacer rotación, en esta zona hay mucha competencia por los alquileres”, aseguró. Al respecto, explicó que, aunque hay campos que los trabaja desde hace 40 años, siempre firma contratos anuales.
“Yo me hago amigo de los dueños, no quiero atarlos a mí, si alguien les paga más, que se lo alquilen a otro. Pero yo hago soja, soy sojero de alma”, exclamó.
Asimismo, sostuvo que el análisis de suelo lo hace “medio a ojo por ciento”, y que de todos modos no tiene plata para fertilizar. “Este año, cero fertilización. Si no tuviéramos problemas de rentabilidad, fertilizaría y tendría cada vez más rendimiento, te lo puedo asegurar”.
Esta campaña, Corona celebra sus bodas de oro con la soja y espera hacerlo con una buena cosecha a partir de abril. Mientras tanto, agradece todo lo que le dio el “poroto”.
“Gracias a los que me enseñaron, a los que me ayudaron y me acompañaron en estos 50 años, a veces difíciles, como éste. Me siento orgulloso y, mientras pueda, seguiré”, finalizó.